Ruta por la Zaragoza de Federico García Lorca
Tras los pasos de Federico García Lorca en Zaragoza

Tras los pasos de Federico García Lorca en Zaragoza

Luis Buñuel decía de su amigo Federico García Lorca «que la obra maestra era él».

«Tengo que confesar aquí que la admiración que me merece el teatro de Lorca es más bien escasa. Su vida y su personalidad superaban con mucho a su obra”, escribió Buñuel.

Lorca fue uno de sus más íntimos amigos, “a pesar de que”, apuntaba Buñuel en sus memorias, “el contraste no podía ser mayor entre el aragonés tosco y el andaluz refinado -o quizás a causa de este mismo contraste- casi siempre andábamos juntos”.

García Lorca era arrollador, simpático, un seductor abrazado a las palabras. No solo fue un poeta inmenso, sino que amaba la música, la canción popular (cantaba, tocaba el piano y la guitarra), el flamenco y el teatro; escribió obras surrealistas y dramáticas, y con Eduardo Ugarte, lideró un precioso proyecto: el grupo teatral La Barraca.

Componentes de La Barraca en agosto de 1933 (García Lorca es el segundo empezando por la izquierda). Todos los componentes de la compañía disponían de un mono azul y las mujeres un vestido azul con cuello blanco.
Componentes de La Barraca en agosto de 1933 (García Lorca es el primero empezando por la izquierda). Todos los miembros de la compañía disponían de un mono azul y las mujeres un vestido azul con cuello blanco.

La Barraca, fue sin duda una de las grandes empresas culturales de la Segunda República. Su propósito fue llevar a los rincones más apartados de España el teatro de los clásicos del Siglo de Oro, como Cervantes, Lope o Tirso, Calderón.

Asociada a la imagen del poeta granadino, pocos conocen que el verdadero origen del mítico grupo teatral fue la iniciativa de un grupo de estudiantes, los llamados “barracos”, de ciencias y de letras, de izquierdas y de derechas que persiguieron la utopía de influir en la sociedad a través de las representaciones.

Montaje del escenario por los componentes de La Barraca para la representación de «La guarda cuidadosa», de Miguel de Cervantes (Almazán, Soria) (julio de 1932)
Montaje del escenario por los componentes de La Barraca para la representación de «La guarda cuidadosa», de Miguel de Cervantes (Almazán, Soria, julio de 1933)

Recorrían los caminos a bordo de “la bella Aurora”, tal y como bautizó Federico García Lorca, a la traqueteante furgoneta que utilizaban. Con los estudiantes, viajaba impertérrita, Doña Pilar, la señorita de compañía, guardiana de la virtud de las actrices para que no fueran consideradas poco menos que “unas cualquiera”. La Barraca, también fue pionera en la incorporación de las mujeres a los escenarios.

Fue en uno de sus viajes, en concreto a finales de agosto de 1933, cuando García Lorca recalaría en Aragón. A sus 35 años García Lorca era un verdadero fuera de serie, un poeta sensible y culto, atormentado y lúcido.

Hay constancia de ello en distintos testimonios, en libros, revistas como «El eco de los libres» y también en las páginas de Heraldo de Aragón.

Federico García Lorca y Eduardo Ugarte creadores de La Barraca, con el uniforme de la compañía, mono azul con la insignia diseñada por Benjamín Palencia.
Federico García Lorca y Eduardo Ugarte, creadores de La Barraca, en agosto de 1933

El miércoles 30 de agosto, en portada, nada menos, este diario hablaba del «teatro universitario» y decía que «por tierras de Aragón rueda desde hace días La Barraca, que dirige y anima el espíritu andariego de Federico García Lorca, el más eminente poeta español del momento».

El autor de «Romancero gitano» y «Bodas de sangre» recorrió varios lugares de Aragón (Canfranc, Ayerbe, Huesca…), con la compañía La Barraca y los clásicos españoles, en agosto de 1933, y se detuvo unas horas en Zaragoza.

Después de los sentimientos encontrados que le dejarán los seis meses de gira por las altas y olvidadas tierras castellanas y aragonesas, García Lorca llega a Zaragoza.

En la capital maña García Lorca recupera un espacio urbanístico más allegado y cordial en una ciudad que todavía concilia la «ciudad fortaleza», la «ciudad convento» y la «ciudad posada», tan españolas, con el despertar de una «ciudad monumental», favorecida por una burguesía ávida de espacios, que desborda el ámbito doméstico para ocupar el espacio público.