Cuenta la leyenda que lo que se ha acabado convirtiendo en un icono tex-mex nació en 1943 en la localidad fronteriza de Piedras Negras. Allí, ya con la persiana medio echada, Ignacio Anaya tuvo que improvisar una comida para los últimos clientes. Cogió las tortillas, las partió en forma triangular, las metió en el horno con queso y luego le añadió, claro, unos jalapeños. Aquellos proto-nachos han evolucionado mucho, han ido sumándose más ingredientes pero siguen siendo un fijo en todas las cartas mexicanas y en casi todas las comandas. Podéis comerlos en esta receta o acompañando a un buen guacamole.