Tras la expulsión de los judíos en 1492, la sinagoga mayor de la judería zaragozana quedó abandonada. Décadas después, en los años 40 del siglo XVI, fue comprada por la Compañía de Jesús.
Durante unos años la utilizaron como capilla, hasta que decidieron derruirla para construir en su solar una iglesia, una residencia y un modesto colegio para niños desfavorecidos entre los que se promovía la carrera sacerdotal.
En 1559, se procedió a la ampliación del solar que ocupaba la primitiva capilla del colegio para la construcción de una iglesia de mayores dimensiones. Fue inaugurada el 24 de noviembre de 1585, estando aún incompleta a falta de la torre, sacristía, coro y equipamiento interior. Según el estudioso jesuita Joseph Braun, el también jesuita Pedro de Cucas fue director de la construcción.
A finales del siglo XVI aún no se había concluido la obra; en 1595-1599 se construyó el retablo mayor que existió en origen, realizado por Juan Miguel de Orliens, aunque más tarde sería sustituido por el retablo barroco del hermano Pablo Diego Ibáñez, realizado entre 1723 y 1725.
Otro jesuita, el padre Juan de Lerma, aparece documentado como arquitecto en los aposentos del colegio durante los últimos años del siglo XVI.
Ya en el siglo XVII, en torno a 1628, se realiza la fachada principal del colegio, recayente a la Plaza de San Carlos.
Un devastador incendio el 8 de septiembre de 1671 destruyó la zona del colegio y aposentos, interviniendo en su renovación Jaime Busignac y Borbón, que también levantó la portada de la iglesia en 1676-1679 y parte del claustro entre 1679-80.
El jesuita Miguel Bertolín (1646-1680) fue el autor de la parte restante del claustro y la ampliación del colegio hasta el Coso Bajo, además del diseño de la escalera.
Hacia 1690 tuvo lugar la construcción de la capilla Villahermosa, y a partir de 1723 se produjo la gran renovación barroca del interior de la iglesia, a cargo del hermano Pablo Diego Ibáñez, ayudado en su labor por Ambrosio González y Francisco Ventura, y que le otorgará el aspecto con que la contemplamos hoy día, convirtiéndola en uno de los interiores más suntuosos del barroco aragonés.
La construcción del templo se realizó siguiendo los preceptos de la Compañía de Jesús. Por ejemplo, tiene una nave única cubierta por una nave de crucería para que no existan obstáculos visuales que pudiera dificultar el seguimiento de las misas, o el hecho de que el templo esté orientado hacia el este, dentro de la teoría de que para los jesuitas, Cristo era el sol que regía sus vidas.
El jesuita aragonés Baltasar Gracián fue una figura destacada del Siglo de Oro español. Entró en la Compañía de Jesús en 1619 y fue ordenado sacerdote en 1627.
En 1635 se estableció en Zaragoza, donde enseñó Sagradas Escrituras en el Real Seminario de San Carlos Borromeo y escribió obras destacadas como ‘El Criticón’, una alegoría de la vida humana, y ‘El Oráculo manual y arte de prudencia’, un manual de comportamiento social.
Cuando en 1767 los jesuitas fueron expulsados y sus bienes confiscados, el arzobispo Luis García Mañero visitó el centro, agregó San Carlos a su nombre en honor al rey Carlos III de España y lo elevó al rango de Real Seminario Conciliar.
El 27 de junio de 1808, durante el primer sitio de los franceses a la ciudad de Zaragoza, se produjo una gran explosión en el polvorín general de la ciudad ubicado en el antiguo Seminario de San Carlos.
Un carretero que abastecía de munición a sectores cercanos, dejó caer fortuitamente una chispa de su cigarro provocando la explosión. La gran cantidad de pólvora que aquí se almacenaba tuvo consecuencias desastrosas materialmente, destruyendo el estallido parte del barrio de la Magdalena.
El hundimiento del edificio y de las casas colindantes, el horror por el elevado número de víctimas y el asalto de los franceses aprovechando el caos producido, pusieron a la ciudad al borde del colapso.
“El día 27 de junio, a las tres de la tarde, temblaron todos los edificios y creyeron los habitantes que iban a ser sepultados en sus ruinas. Ni el trueno más estrepitoso, ni el ruido de cien cañones disparados a la par es comparable con el que se percibió. El estremecimiento fue universal, llenóse todo de un humo denso que oscureció la atmósfera; las gentes salieron de sus casas llenas de pavor y, sin poder romper el llanto, pálidos y confusos, no sabían a dónde dirigirse” (Agustín Alcalde Ibieca, 1830).
Como consecuencia y medida protectora, en los preparativos para el segundo asedio de 1809, una de las primeras previsiones del mando fue la de diversificar la munición en pequeños almacenes repartidos en diferentes puntos de la ciudad.
Sorprendentemente, a pesar de la voladura del polvorín en junio de 1808, que se llevó por delante parte del edificio, la decoración se ha conservado íntegramente.
La Iglesia de San Carlos está considerada uno de los conjuntos más espectaculares y mejor conservados del barroco español, y sorprende a cuantos entran por sus tonos dorados y por la profusión en su decoración.
A finales del siglo XVII, los duques de Villahermosa construyeron aquí una magnífica capilla para enterrarse.
Destaca su retablo mayor, los púlpitos barrocos y la capilla de San José, que se encuentra tras las verjas doradas en el templo a la derecha. Además, en la capilla de San José se conservan seis cuadros de Vicente Berdusán.
De la Sinagoga Mayor de Zaragoza solo se ha conservado una sala de planta ligeramente rectangular, organizada a modo de claustro, con cuatro tramos en las galerías cortas y cinco en las largas, abovedados con crucería sencilla, con diez columnas para separarlos del espacio central también rectangular y cubierto por bóveda esquifada.
Si tienes suerte, es posible que te dejen pasar al patio interior, uno de los más bellos y tranquilos de Zaragoza. En caso de que no seas tan afortunado y no puedas pasar, no dejes de darte una vuelta por sus alrededores; uno de sus laterales da hacia El Coso, y éste es uno de sus mayores encantos.
Dirección: Plaza de San Carlos, 5