Los Sitios de Zaragoza fueron dos asedios sufridos por la ciudad de Zaragoza durante la Guerra de la Independencia. La plaza era clave para garantizar las comunicaciones del noreste y el abastecimiento de las tropas en Cataluña, así como para controlar Aragón.
Por ello, tras la sublevación de la ciudad a consecuencia de los sucesos del Dos de Mayo de 1808, se envió a un ejército a restablecer el control de la ciudad. Aunque las tropas francesas eran superiores en número y armamento, la ciudad resistió.
Sin embargo, a finales de año, los franceses regresaron en mayor número, reanudándose el Sitio. A pesar de la feroz resistencia, inmortalizada por varios cronistas de la época, como Benito Pérez Galdós, la ciudad, diezmada por la guerra y las epidemias derivadas del asedio, capituló finalmente el 29 de febrero de 1809.
Los dos asedios a los que fue sometida por los ejércitos de Napoleón Bonaparte y su defensa a ultranza supusieron un duro mazazo, tanto para su población como para su urbanismo. Algunos estudios hablan de que la ciudad pasó de tener alrededor de 50.000 habitantes a apenas 13.000 tras la contienda, además de toda la destrucción material que se produjo. Alrededor del 30% del casco urbano de la ciudad quedó dañado o muy dañado, y algunas zonas quedaron literalmente arrasadas.
Desprovista de defensas dignas de tal nombre, los monasterios y conventos fueron usados como improvisados fortines y algunos de ellos se llevaron la peor parte quedando casi o totalmente destruidos.
Doscientos años no son nada desde el punto de vista histórico. Por eso, Zaragoza todavía guarda vestigios de la gesta de 1808 en multitud de rincones de lo que fue la ciudad de entonces, que ahora es el Centro y el Casco Antiguo.
La Aljafería
El 24 de mayo de 1808, los zaragozanos amotinados fueron a pedir armas al capitán general, Jorge Juan Guillelmi, que se las negó. Lo apresaron y lo condujeron a la Aljafería donde quedó encarcelado, mientras se apoderaban del arsenal allí existente: 25.000 fusiles y 65 piezas de artillería. El Castillo tuvo durante la guerra de la Independencia (1808-1814) usos bien diferenciados: fue fortaleza durante los combates y prisión.
Allí llevó Palafox a parte de los franceses residentes en Zaragoza para protegerlos; fue prisión de españoles durante la ocupación francesa y, posteriormente, prisión de franceses. Y en el Castillo de La Aljafería se firmó, el 22 de febrero de 1809, la capitulación de la ciudad ante los franceses, después de dos asedios. Los combatientes que aún podían sostenerse en pie, debieron entregar sus armas en la explanada de la Aljafería ante la tropa francesa formada.
En el cercano Paseo de María Agustín, se puede ver todavía el lienzo de la fachada trasera del que fue cuartel de caballería.
Este cuartel se levantó entre 1774 y 1775 y más tarde pasó a denominarse del Cid. Uno de los ataques franceses, el del 15 de junio de 1808, fue por este cuartel. Por esta puerta y estas ventanas entraron soldados franceses a la ciudad, y allí los vecinos de Zaragoza los detuvieron tras un cruento combate.
Plaza del Portillo
Su nombre, Portillo, proviene de una pequeña puerta que se abría en los muros de la ciudad ubicada en el actual cruce de la Calle Conde de Aranda y del Paseo María Agustín. Básicamente, la plaza del Portillo, es uno de los entornos más eclécticos de la ciudad.
El 15 de junio de 1808 se presentaron los franceses ante las puertas de Zaragoza lanzando un fuerte ataque simultáneo por tres frentes: la Puerta del Portillo, la Puerta del Carmen y Santa Engracia. Por esta última consiguieron penetrar un pequeño grupo de jinetes, al parecer lanceros polacos, llegando hasta la antigua plaza del Portillo, pero fueron abatidos por valerosas mujeres zaragozanas armadas solamente con piedras y cuchillos. Comenzó aquí el primer Sitio de Zaragoza, con la Batalla de las Eras, llamada así por tener lugar en las Eras del Rey, una explanada que se ubicó en el actual Paseo María Agustín.
El 2 de julio de 1808, vio cómo los franceses habían acabado con toda la defensa zaragozana, dejando una brecha perfectamente abierta en la Puerta del Portillo para entrar en la ciudad. La barcelonesa Agustina Zaragoza y Doménech, tomando la mecha de manos de un artillero herido consiguió disparar un cañón sobre las tropas francesas que corrían sobre la entrada.
Plaza de Europa
En la actual Plaza de Europa se encontraba una de las puertas de la ciudad, la llamada Puerta de Sancho, por donde salían los labradores cada mañana a cultivar los campos próximos al río y al soto de la Almozara. También salían los condenados al destierro.
Durante los Sitios, los franceses intentaron entrar varias veces a la ciudad por este punto, destacando la defensa llevada a cabo por Mariano Renovales durante el primer asedio.
La puerta quedó después de los asaltos muy deteriorada, siendo derruida en la revolución de 1868 y levantada de nuevo, años después, como una entrada de ladrillos y portón de madera, como figura en el mural pintado que alude a su ubicación. Se derribó definitivamente en 1904.
Barrio de San Pablo
También conocido como barrio de El Gancho por la forma de la veleta situada en la espléndida torre mudéjar de su iglesia. Surgió así, en la Edad Media, el primer ensanche de la ciudad, expandiéndose y edificando la llamada entonces Huerta del Rey.
Numerosos nombres de calles de este barrio rinden homenaje a los zaragozanos y zaragozanas que lucharon contra el ejército francés durante los dos asedios que sufrió la ciudad. Hombres como Mariano Cerezo, y los clérigos Basilio Boggiero y Santiago Sas, y mujeres como Casta Álvarez. Muchos de estos defensores están enterrados en el fosal de la parroquia de San Pablo, como es el caso de María Agustín. La iglesia guarda en sus archivos la partida de nacimiento del labrador Jorge Ibor, el popular “Tío Jorge”, uno de los que lideraron la sublevación de la ciudad.
Los Escolapios y el Palacio de los Luna
El cruce formado por la Avenida César Augusto, el Coso Alto y la Calle Conde de Aranda se conocía en la época de los Sitios como plaza de las Estrébedes, lugar donde se concentraban los defensores para distribuirse hacia los puestos más necesarios en la defensa de la ciudad.
El Colegio de las Escuelas Pías tuvo un papel importante en los Sitios de Zaragoza. Ya existía entonces en su actual emplazamiento y por sus aulas pasaron algunos de los más ilustres defensores, como los hermanos Palafox, Santiago Sas, el Padre Boggiero, Ignacio Jordán de Asso, Jorge Ibor, Pedro María Ric y Miguel Salamero, entre otros muchos.
Las tropas francesas no consiguieron entrar por la cercana puerta del Portillo en ninguno de los dos asedios, gracias a lo cual el colegio no sufrió grandes daños materiales. Cumplió una gran labor como refugio y hospital, pues numerosos parroquianos heridos de guerra y enfermos por las epidemias, acudían al colegio para refugiarse en su iglesia, donde fueron enterrados muchos defensores, militares y religiosos. En los asedios zaragozanos no existía la actual calle del Conde de Aranda, por lo que la puerta principal del Colegio daba a la parte de atrás, a la calle llamada Castellana, hoy calle de Boggiero.
El palacio renacentista de los Luna, actual Audiencia Provincial de Zaragoza, fue durante los Sitios la sede de la Capitanía General de Aragón.
El 24 de mayo de 1808 estalló la sublevación popular en Zaragoza. El entonces capitán general de Aragón, Jorge Juan Guillelmi, fue detenido por los sublevados por no acceder a entregarles armas y llevado prisionero, acusado de afrancesado, a la Aljafería, donde permaneció durante los dos asedios. Palafox fue investido capitán general por la presión popular y desde los balcones de este palacio escuchó el grito de lealtad de los zaragozanos que le aclamaban desde la calle.
San Juan de los Panetes
San Juan de los Panetes tiene una torre octogonal hecha con ladrillo, con una ligera inclinación hacia la Plaza del Pilar. La torre fue edificada en el siglo XVI, siendo uno de los primeros elementos en construirse. Su influencia es principalmente mudéjar aragonés con un toque renacentista.
El origen de esta iglesia se remonta a los siglos XI y XII, una iglesia medieval que se derribó para construir una nueva en 1725. Su nombre proviene de que aquí se repartían panecillos para los pobres.
En su sótano se albergó uno de los pequeños polvorines entre los que se diversificó la reserva de maestranza, para evitar otro desastre como el ocurrido el 27 de junio de 1808, al estallar el gran depósito almacenado en el Seminario de San Carlos debido a una chispa de cigarro, volando por los aires el edificio y sus alrededores, lo que supuso una verdadera tragedia para la ciudad.
El Pilar
La basílica de Nuestra Señora del Pilar presentaba ya en la época de los Sitios su planta actual, aunque carecía de las torres, cúpulas y fachada presentes. Era muy importante su valor como símbolo, a la hora de enardecer a los zaragozanos. Y los franceses no desconocían este hecho, por lo que fue bombardeado el templo con especial atención por sus artilleros.
La numerosa cantidad de gente que acudía al templo a refugiarse, sobre todo niños y ancianos, hizo que se produjeran unas lamentables condiciones de salubridad debido a la suciedad y el hacinamiento. Palafox mandó retirar las camas a otros lugares cercanos y desinfectar el templo.
“Sucedió en el segundo sitio lo que en el primero. Luego que empezaron a bombear se retiraron tantísimas gentes a la Santa Iglesia del Pilar que no había rincón ni cuartijo que no estuviera lleno de personas, confiados todos en la protección y consuelos en tan gravísimas angustias que se padecían” (Ramón Cadena, Los Sitios de Zaragoza, 1908).
Durante el primer Sitio el templo no recibió demasiados proyectiles, ya que se interponían algunos edificios entre él y la línea de tiro. No ocurrió así durante el segundo asedio, soportando los bombardeos desde las baterías de la zona del Arrabal. Los impactos de artillería en las paredes exteriores de la Basílica, las que dan al río, aún son visibles.
En la cripta situada bajo la capilla de la Virgen del Pilar se hallan enterrados numerosos personajes ilustres de la ciudad, entre ellos el general Palafox y Antonio Sangenís.
Puente de Piedra
El puente más emblemático de la ciudad ha experimentado numerosos avatares a lo largo de su historia. Durante los asedios que sufrió Zaragoza por los ejércitos napoleónicos durante la Guerra de la Independencia fue también escenario de múltiples combates y feroces sucesos.
Durante el primer asedio de 1808, el teniente Luciano de Tornos logró frenar en el puente la estampida popular que huía hacia el Arrabal de la ciudad, producida tras una dura ofensiva francesa el 4 de agosto. Tornos, amenazándolos con un cañón desde el convento de San Lázaro, logró que volvieran a la ciudad a combatir. El puente era la única conexión entre la ciudad y el Rabal. Si este caía, el puente sería ocupado por el enemigo quedando la ciudad desprotegida. Y así sucedió durante el segundo Sitio, cuando el 18 de febrero de 1809 las baterías francesas arrasaban el convento de San Lázaro y batían el puente para impedir cualquier ayuda de la ciudad. Zaragoza capitularía tres días más tarde.
Muy cerca del puente de Piedra se encuentra la arboleda de Macanaz, un lugar de paseo y recreo para los zaragozanos desde hace siglos y donde, en 1809, tras los asedios, fueron enterrados en una fosa común los restos de miles de defensores.
El Rabal
Durante los Sitios de 1808 y 1809, el caserío del Arrabal apenas ocupaba el espacio hoy limitado por las calles Sixto Celorrio, Valle de Zuriza y Matilde Sangüesa, con el añadido extramuros del convento de Jesús.
En el primer Sitio, los franceses no llegaron a cercar completamente la ciudad, pues no contaban con suficientes fuerzas para ocupar la margen izquierda del Ebro. Por ello se limitaron a mantener algunas fuerzas de caballería y realizar pequeños ataques con escasas fuerzas. Eso hizo que los zaragozanos tuvieran la posibilidad de entrar y salir de la ciudad, y recibir suministros y refuerzos, a través del puente de Piedra, lo que impidió la caída de la capital.
Pero en el segundo Sitio los franceses eran ya conscientes de la importancia del Rabal en la defensa de la ciudad y durante meses irán estrechando el cerco por esta zona hasta su ataque definitivo el 18 de febrero de 1809. Los defensores del Arrabal se rindieron y la ciudad capituló dos días después.
La defensa del Rabal se estructuró en torno a tres conventos que se levantaban en la zona, convertidos en formidables baluartes. El convento de Nuestra Señora de Jesús se ubicaba en la actual plaza del mismo nombre. Quedaba “situado a la margen izquierda del río Ebro”, casi a la altura del Puente de Tablas en el Arrabal zaragozano (María del Carmen Sobrón, Impacto de la desamortización de Mendizábal en el paisaje urbano de Zaragoza, Zaragoza, 2004, p. 272). Finalizada la guerra y los años de gobierno francés, la comunidad, que se había visto obligada a abandonar su casa, regresó a ella y reconstruyó lo necesario para continuar desarrollando su vida religiosa.
Frente al puente de Piedra se alzaba el convento de Nuestra Señora de Altabás, fundado por Juana de Reus en 1557, del que se conserva algún muro y la iglesia con el mismo nombre. Fue arruinado con su iglesia con la voladura del último ojo del puente de Piedra en los sitios que sufrió Zaragoza en 1808 y 1809, pero se reedificó uno y otra en una nueva ubicación que es la que ocupa actualmente.
Las calles del actual barrio del Arrabal conservan aún prácticamente la misma estructura urbanística de la época de los Sitios. La calle del Horno, la plaza de la Mesa, el callejón del Tío Lucas, la calle de Jorge Ibort, la calle de Villacampa o el parque del Tío Jorge, nos recuerdan hechos y protagonistas de los asedios.
Casa natal de Palafox
En el siglo XVII compraron la casa los marqueses de Lazán para utilizarla como casa familiar. Allí nació José de Palafox en 1775. Con el tiempo, el caserón fue Capitanía General de Aragón hasta su traslado a la plaza de Aragón. En 1890 era propiedad de los condes de Bureta, que cedieron el edificio a las Hijas de la Caridad de San Vicente de Paul.
La casa natal de Palafox, cuando empezaron los asedios, fue convertida en sede de su Estado Mayor hasta ser trasladado a primera línea, al palacio episcopal. Junto a la gran puerta principal, la placa conmemorativa, colocada por la Junta del Centenario, dice: A PALAFOX/ Al gran Caudillo defensor de Zaragoza/ en los Sitios de 1808 y 1809/ LA PATRIA Y LA CIUDAD/ por él/ gloriosamente defendidas./ 1er. Centenario de los Sitios.
Plaza de la Magdalena
Esta plaza fue el máximo punto de avance francés durante el segundo Sitio que Zaragoza sufrió en 1809 en la Guerra de la Independencia. Junto a la calle Doctor Palomar y el convento de San Agustín, fueron los tres principales objetivos que acabaron por hundir la defensa zaragozana por esta zona de la ciudad.
Tras ocupar San Agustín, los franceses avanzaban hacia el Coso y la Magdalena, recibiendo el fuego aragonés desde la torre de la iglesia y el Arco de Valencia, una de las puertas de la ciudad que cerraba la plaza en su salida hacia el Coso. Fue tal la resistencia aragonesa, que conquistar los escasos metros que separan el convento de San Agustín del Coso y esta plaza, costó a los franceses diez días, debiendo ocupar casa por casa.
Cuando la ciudad capituló el 20 de febrero de 1809, los franceses estaban detenidos en la plaza de la Magdalena, rodeados por los incendios provocados por los defensores.
Además de la de Valencia, otras puertas se abrían en la muralla que rodeaba la ciudad, siendo importantes puntos en la defensa zaragozana. Muy cerca de la plaza se encontraba la puerta del Sol, que dejaba extramuros al barrio de las Tenerías, y en el vecino barrio de San Miguel estaba la puerta Quemada, que pasó a llamarse del Heroísmo tras los Sitios por la dura resistencia que ofrecieron sus vecinos.
Calle del Asalto
Nos encontramos junto a la muralla de ladrillo, de “tierra” como se le llamaba en época medieval, que cercó la ciudad desde época musulmana, y que sirvió también durante la Guerra de la Independencia para la defensa zaragozana.
Esta zona, entre el actual paseo de la Mina y las calles Asalto y Heroísmo, fue testigo de intensos combates como sus nombres nos recuerdan.
Antonio Sangénis organizó el sistema defensivo de Zaragoza durante los dos Sitios. Constituyó un batallón de zapadores en una ciudad llana y sin fortificaciones, consiguiendo significativas obras defensivas de campaña. Sangenís resultó muerto por una bala de cañón mientras observaba una trinchera excavada por el enemigo
francés. Una placa conmemorativa en la muralla de la calle Asalto nos indica el lugar de su muerte, y otra conmemora a los soldados de infantería que lucharon por Zaragoza.
Al otro lado del próximo río Huerva, en el cruce de la actual calle Jorge Cocci y el Camino de las Torres, se encontraba el convento de San José de Carmelitas Descalzos que fue atacado por las baterías francesas. Era un fuerte de gran importancia estratégica para la defensa de la ciudad, que fue destruido por el incendio que recoge este grabado en el mes de julio de 1808.
Posteriormente fue reconstruido tras los asedios, en 1814. La desamortización de 1835 supuso el fin de su uso religioso y su nacionalización. Posteriormente, se utilizó como penal de la ciudad, siendo redenominado formalmente en 1900 como “Penal de San José”, y como cuartel de intendencia hasta su ruina en los años sesenta
del siglo XX.
En el cercano parque Bruil se levantaba en la época de los Sitios el molino de aceite de Juan Martín de Goicoechea, uno de los empresarios más relevantes de la Zaragoza de finales del siglo XVIII. Fue un punto estratégico donde los zaragozanos se atrincheraron para guarnecer su defensa, pero las tropas francesas lograron apoderarse del molino el 27 de enero de 1809. Algunas de sus prensas y muelas aún se conservan en el parque.
Plaza de San Miguel
En la lucha que Zaragoza sostuvo contra las tropas francesas durante la Guerra de la Independencia, el barrio de San Miguel desempeñó un papel destacado.
La parroquia de San Miguel se situaba en la época de los Sitios inmediata a una de las puertas de la ciudad, la llamada puerta Quemada. Por ella entraron los franceses durante el primer asedio, librándose encarnizadas luchas casa por casa. El barrio quedó prácticamente deshabitado, incluso la imagen de su popular Cristo se trasladó a la cercana iglesia de La Magdalena para protegerlo. Durante el segundo asedio se colocaron dentro de la iglesia dos cañones con dirección al puente de San José sobre el río Huerva para defender esta entrada de la ciudad.
En la plaza de San Miguel se situó también la puerta del Duque de la Victoria. Era en realidad un arco triunfal para conmemorar la visita del general Espartero a la ciudad. Fue demolida en el año 1919 y hoy queda un mural pintado en un edificio cercano como recuerdo.
Calle del Heroísmo
Contigua a la plaza de San Miguel se encuentra la calle del Heroísmo, donde se produjeron luchas cuerpo a cuerpo entre sitiadores y sitiados. Antes de los Sitios se llamaba calle Quemada, por ser el lugar de reunión del gremio de carboneros, que ennegrecían con sus braseros encendidos las paredes vecinas. Al final de la calle se situaba una de las puertas de la ciudad, la puerta Quemada. Esta calle cambió su nombre tras los asedios
por Heroísmo, recordando la resistencia de los defensores zaragozanos.
Seminario de San Carlos
El 27 de junio de 1808, durante el primer asedio de los franceses a la ciudad de Zaragoza, se produjo una gran explosión en el polvorín general de la ciudad ubicado en este edificio, actual Seminario de San Carlos.
Un carretero que abastecía de munición a sectores cercanos, dejó caer fortuitamente una chispa de su cigarro provocando la explosión. La gran cantidad de pólvora que aquí se almacenaba tuvo consecuencias desastrosas materialmente, destruyendo el estallido parte del barrio de la Magdalena. El hundimiento del edificio y de las casas colindantes, el horror por el elevado número de víctimas y el asalto de los franceses aprovechando el caos producido, pusieron a la ciudad al borde del colapso.
“El día 27 de junio, a las tres de la tarde, temblaron todos los edificios y creyeron los habitantes que iban a ser sepultados en sus ruinas. Ni el trueno más estrepitoso, ni el ruido de cien cañones disparados a la par es comparable con el que se percibió. El estremecimiento fue universal, llenóse todo de un humo denso que oscureció la atmósfera; las gentes salieron de sus casas llenas de pavor y, sin poder romper el llanto, pálidos y confusos, no sabían a dónde dirigirse” (Agustín Alcalde Ibieca, 1830)
Como consecuencia y medida protectora, en los preparativos para el segundo asedio de 1809, una de las primeras previsiones del mando fue la de diversificar la munición en pequeños almacenes repartidos en diferentes puntos de la ciudad.
El conjunto del Real Seminario de San Carlos se empezó a levantar, por orden de la Compañía de Jesús, bajo el nombre de iglesia de la Inmaculada y el Padre Eterno, en el siglo XVI sobre los terrenos de la antigua sinagoga del barrio judío.
A mediados del siglo XVIII, tras la expulsión de los jesuitas, la iglesia adoptó su actual nombre en honor al rey Carlos III. Por aquí pasaron jesuitas tan ilustres como Baltasar Gracián, uno de los escritores más importantes del Barroco español, que dio clase en sus aulas y escribió aquí algunas de sus obras; o San José de Pignatelli, que fue uno de los principales artífices de la restauración de los jesuitas después de su desaparición. A principios del siglo XVIII, se redecoró la iglesia con una estética barroca muy cercana al gusto del rococó. Sorprendentemente, a pesar de la voladura del polvorín en junio de 1808, que se llevó por delante parte del edificio, la decoración se ha conservado íntegramente.
Plaza de Sas
Esta plaza se hallaba en el centro de lo que fue una zona llamada el Trenque de Gimeno Gordo, una maraña de estrechas callejas que comenzaba en la puerta Cinegia y terminaba en la explanada del Pilar.
Fue un enmarañado laberinto de calles sin sol, estrechas y entrelazadas, donde en el primer asedio se desarrollaron fuertes combates cuerpo a cuerpo, cuando el ejército francés pretendió llegar al Pilar por esta zona y atravesar la puerta del Ángel para cruzar el río y entrar en el Arrabal. La actual calle de Alfonso I era en la época de los asedios apenas un callejón que terminaba en esta plaza, que hoy lleva el nombre de Santiago Sas.
Plaza de San Felipe
La plaza de San Felipe es una de las más sugerentes del casco antiguo de la ciudad, rodeada de antiguos palacios renacentistas. Aquí se alzaba la Torre Nueva, única torre mudéjar de carácter civil de toda España, que cumplió una importante misión durante los asedios de Zaragoza.
Fue construída en el siglo XVI por el Ayuntamiento de Zaragoza. Estaba dotada de un gran reloj y de un sistema de campanas con el fin de que se oyera en toda la población y regulara la vida de la ciudad. La torre es un símbolo para la ciudad y una de las más bellas de las muchas que tuvo.
El ayuntamiento decidió demolerla en 1892, alegando su peligro de ruina y su inclinación. Hubo una dura respuesta de gran parte de la población y de los intelectuales, pero no hubo nada que hacer y finalmente fue derruida. Hoy un enlosado marca el lugar donde se encontraba como único recuerdo.
Durante los asedios de Zaragoza en la Guerra de la Independencia, la Torre Nueva fue utilizada como atalaya. Con sus 80 metros de altura era un inmejorable punto de observación, desde el que se vigilaba los movimientos de las tropas francesas. Sirvió de soporte para izar la bandera blanca que anuncióa los zaragozanos la capitulación de la ciudad el 20 de febrero de 1809.
En la iglesia de San Felipe descansan los restos de María de la Consolación de Azlor y Villavicencio, condesa de Bureta. Con ocasión del Primer Centenario de los Sitios se colocó una placa en su recuerdo a la izquierda del altar mayor.
Plaza de España
La actual plaza de España se llamaba plaza de San Francisco en la época de los Sitios. Es una zona donde se libraron decisivas batallas, punto de máxima penetración francesa en el primer Sitio.
Nada queda del antiguo convento de San Francisco que se levantaba en el solar que hoy ocupa la Diputación Provincial de Zaragoza, pues unos meses después de la capitulación de la ciudad, el 21 de febrero de 1809, las ruinas que aún se conservaban en pie tras las fuertes voladuras sufridas fueron derribadas. En el convento franciscano se encontraba el llamado popularmente Cristo de los Sitios, salvado por María Blázquez al trasladar la imagen al templo del Pilar. Aún conserva las huellas de las balas francesas y actualmente está depositado en la iglesia de San Cayetano.
El convento de San Francisco fue volado por una mina francesa el 10 de febrero de 1809, durante el segundo Sitio. Con su destrucción desapareció parte de la historia del Reino de Aragón, ya que se destruyeron las tumbas medievales del infante Don Pedro hermano del rey Jaime II de Aragón, de la reina Teresa de Entenza, esposa de Alfonso IV, y madre del rey Pedro IV, o de nobles como Don Bernardo de Cabrera, además del simbólico sepulcro del Justicia de Aragón Don Juan de Lanuza.
Frente al convento se encontraba la Cruz del Coso, destruida por un disparo de cañón francés durante el primer asedio. Hoy en el mismo punto se alza desde 1908 el monumento a los Mártires de la religión y de la Patria, obra escultórica que representa a la Fe sosteniendo a un defensor herido con el fusil caído a sus pies.
En el solar del actual Banco de España se alzaba el Hospital General de Nuestra Señora de Gracia, único gran hospital de la ciudad. Como resultado de la destrucción que sufrió durante el primer asedio, se trasladó al llamado Hospital de Convalecientes, más conocido hoy como Hospital Provincial.
El Hospital de Nuestra Señora de Gracia ha sido conocido mundialmente por su asistencia a los enfermos mentales, y especialmente a finales del siglo XVIII por las posibilidades terapéuticas del trabajo en los enfermos mentales, observadas y practicadas aquí. En el segundo Sitio se derrumbó por completo a causa de una voladura francesa.
Calle Cuatro de Agosto
La cercana calle del Cuatro de Agosto, en el popular Tubo, conmemora el día en que los soldados de Napoleón avanzaron hacia ella tras ocupar el monasterio de los Jerónimos, en la actual plaza de Santa Engracia. Ese día de 1808, los invasores fueron rechazados por los defensores que, con escasos medios, protagonizaron una de las luchas más sangrientas acontecidas durante el primer asedio.
Plaza de los Sitios
En esta plaza se situaba la huerta y convento de Santa Catalina, el Jardín Botánico y la Huerta de Santa Engracia, una inmensa explanada entre las actuales calles Escar y San Miguel y los paseos de la Mina y de la Constitución.
Este lugar sufrió una gran transformación al ser elegido para celebrar una gran exposición dentro de los actos conmemorativos del Primer Centenario de los Sitios de Zaragoza. La Exposición Hispano-Francesa se celebró de mayo a diciembre de 1908, con el fin de rememorar los asedios sufridos y hermanar a los antes enfrentados contendientes. Obtuvo un formidable éxito y supuso un gran impulso en el desarrollo urbanístico y económico de la ciudad.
Presidiendo la plaza encontramos el monumento a los Héroes de los Sitios de Zaragoza, un grupo escultórico de piedra y bronce, realizado por Agustín Querol, que fue inaugurado en 1908 por el rey Alfonso XIII.
El día 15 de junio de 1808, primera jornada del asalto francés, en las postrimerías ya de un combate que había estrellado la viva fuerza del ataque directo contra unas tapias de adobe, pero defendidas con gran coraje, en un momento de desfallecimiento en Santa Engracia.
Puerta del Carmen
Es una de las históricas puertas de entrada de la ciudad de Zaragoza. Fue construida por el arquitecto Agustín Sanz en el año 1792. Su estructura, a modo de arco triunfal romano, sufrió una intensa actividad bélica durante los Sitios de Zaragoza, en la Guerra de la Independencia.
Durante los preparativos del primer Sitio y ante la ausencia todavía de tropas en la ciudad, se formaron compañías de voluntarios que, ante una simbólica bandera, juraron defender su patria ante la puerta del Carmen. En el primer Sitio sufrió varios ataques, pues en tres ocasiones el ejército francés intentó entrar en la ciudad por ese punto. El 15 de junio, en la llamada batalla de las Eras; el 2 de julio, cuando los franceses penetraron por esta puerta hacia el Portillo; y el 4 de agosto, cuando los franceses eligieron de nuevo la puerta del Carmen para entrar en la ciudad, pero fueron detenidos, recuperando la puerta una vez más los defensores.
En los muros de la puerta se pueden ver todavía los numerosos impactos de artillería que sufrió durante los enfrentamientos. Por un lado, algunos orificios de bala de fusil y numerosas señales de los cañones franceses; por el otro, el que miraba al interior de la ciudad, solo señales de fusiles aragoneses.
El reducto del Pilar
El invencible ejército napoleónico había sido incapaz de ocupar Zaragoza durante el primer Sitio. La experiencia del asedio reveló que la zona de Santa Engracia, y sus proximidades, era una de las más débiles para acceder a la ciudad, por lo que se fortaleció la defensa de cara a un previsible segundo ataque.
Palafox encomendó al coronel de Ingenieros Antonio Sangenís y Torres que perfeccionase las defensas de Zaragoza, una ciudad llana y carente de fortificaciones naturales, consiguiendo significativas obras de campaña. El perímetro defensivo de la ciudad se cerró con una nueva línea de murallas; el Arrabal se fortificó, se patrullaba el Ebro con cañoneras y dos fortificaciones exteriores protegían los puentes sobre el río Huerva, el convento de San José y el reducto del Pilar.
El reducto del Pilar era un fuerte construido en la actual Glorieta de Sasera, con la finalidad de cruzar fuego contra la infantería francesa, evitando que se aproximaran a la muralla de la ciudad por esta zona. Era una obra de campaña cerrada y protegida por un gran foso excavado, que terminaba por ambos lados en el río Huerva y estaba unido por trincheras con Santa Engracia.
Defendido por unos 400 hombres y 8 piezas de artillería, en su puerta rezaba un letrero: “Reducto de la Virgen del Pilar, inconquistable por tan sagrado nombre. ¡Zaragozanos, venced o morid por la Virgen del Pilar!”. Tras varias semanas de asedio, con la fortaleza totalmente destruida, el coronel Domingo Larripa ordenó la retirada, dejando como obsequio una trampa explosiva y destruyendo la pasarela del Huerva.
Una vez concluido el primer Sitio, el coronel de Ingenieros Antonio Sangenís y Torres diseñó las nuevas obras defensivas. Como obras exteriores fortificadas se utilizaron el Castillo de La Aljafería y el convento de San José, y se construyó una cabeza de puente en el río Huerva, cerca de Santa Engracia, denominado Reducto del Pilar, y otro en las Tenerías.
Los franceses ajardinaron esta zona y se le dio el nombre de paseo de las Damas por frecuentarla las mujeres de los oficiales franceses. Un nombre que no ha cambiado hasta la actualidad.
Cien años después de los Sitios, en enero de 1909, se inauguró en esta glorieta un obelisco conmemorativo, obra de Ricardo Magdalena, en homenaje a los defensores del reducto del Pilar. Posteriormente sería sustituido por el actual grupo escultórico de Federico Amutio titulado: “Por la Patria. 1808”.
Plaza de Santa Engracia
En este lugar y hasta la orilla del río Huerva, que actualmente discurre soterrado bajo el paseo de la Constitución, se alzaba el Monasterio Jerónimo de Santa Engracia, un grandioso edificio muy próximo a la puerta del mismo nombre. Una zona que fue objeto de sangrientos combates durante la invasión francesa en la Guerra de la Independencia.
El mismo día en que los franceses llegaron a Zaragoza el 15 de junio de 1808, la puerta de Santa Engracia fue uno de los tres puntos del ataque a la ciudad, junto con la puerta del Carmen y la del Portillo. Los gruesos muros del monasterio y su inmediata proximidad a la puerta del mismo nombre lo convirtieron en importante pieza para la defensa.
El ejercito francés levantó el primer Sitio el 13 de agosto de 1808 sin haber conseguido tomar la ciudad, pero minó toda esta zona en su retirada.
Una mina discurría paralela al río Huerva desde la puerta Quemada hasta Santa Engracia, zona que hoy lleva el nombre de paseo de la Mina. Con su explosión el monasterio quedó totalmente arruinado, salvo la portada de su iglesia.
Y con esa voladura, desapareció gran parte del que fue uno de los edificios más grandiosos de Zaragoza en esos momento, además de obras de Berruguete, los sepulcros de figuras clave en la historia de Aragón, como Jerónimo Zurita o Jerónimo Blancas, el imponente claustro gótico-mudéjar, las pinturas de Bayeu, una increíble colección de cuadros y esculturas, o una biblioteca con más de 2.000 volúmenes.
Convento de San Agustín
El convento de San Agustín, fundado en el siglo XIII, sirvió de cuartel de intendencia durante los asedios y hoy aún son visibles en su fachada los impactos de artillería. Conformaba la línea defensiva de la ciudad
por el este, pero a pesar de la resistencia de los defensores, los franceses consiguieron penetrar, el 1 de febrero de 1809, en el convento y en su iglesia, apoderándose de él y del cercano de Santa Mónica.
Como resultado de la guerra, el conjunto conventual quedaría arruinado y con la desamortización de Mendizábal de 1836 se incorporará su solar y propiedades a los bienes nacionales. En 1978 pasó a propiedad municipal y, tras diversos proyectos, fue reconvertido en el actual Centro de Historias de Zaragoza.
En la cercana calle de Doctor Palomar, un magnífico caserón todavía conserva los impactos de la fusilería francesa dos siglos más tarde.
Plaza Salamero
El día 4 de agosto de 1808, una columna francesa bordeó la calle del Azoque, adueñándose del convento de Santa Rosa y de las casas vecinas de Santa Fe. En ese punto se entabló un fiero combate.
Frente a esta plaza, llamada popularmente “del Carbón”, se levantaba el convento de San Ildefonso, un amplio edificio del que sólo se conserva su iglesia, llamada hoy de Santiago el Mayor. Durante el asedio francés el convento, como casi todos los de la ciudad, acogió a numerosos heridos y más tarde fue el lugar elegido por el general francés Lafebvre para instalar su cuartel general.
El convento fue abandonado con la desamortización de Mendizábal de 1835 y el edificio albergó el hospital militar hasta los años 60 del siglo XX, cuando fue derribado para abrir la avenida de César Augusto. En el interior de la iglesia se ubica la capilla de los Fieles Zaragozanos, dedicada a todos los defensores de los Sitios. A su derecha se conserva aún el arco de San Ildefonso, en cuya parte superior todavía se aprecian las huellas de la artillería francesa.
En el lugar que hoy ocupa el Hotel Palafox, se levantaba la iglesia de Nuestra Señora del Carmen, arruinada durante los Sitios.
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