Aunque ahora se pueda llegar a considerar brutalista cualquier edificio grande de hormigón rugoso, cuando apareció esta corriente arquitectónica la apuesta iba mucho más allá: implicaba cierto compromiso con la profesión, un modo concreto de hacer las cosas.
Zaragoza no se libró de esta línea constructiva que a nadie pasa desapercibida. Sin embargo, los edificios de nuestra ciudad fueron levantados, más bien, sobre un corolario de tendencias, por eso es tan complicado encontrar obras puramente brutalistas.