En pleno corazón de Zaragoza, en el popular barrio de San Pablo, una calle nos invita a adentrarnos en la parte antigua de la ciudad y a conocer muchos de sus secretos, mientras propone un sugerente diálogo con el presente. Se trata de Las Armas.
A menudo regresamos del centro por la calle Las Armas. Allí, donde se cruza con César Augusto, se abandona la gracia maquillada de los hoteles y comienza a tejerse la madeja de balcones, cables eléctricos y polvo, como centenarios entramados de araña las fachadas y enrejados, las tiendas de viejo, los timbiriches, la gente cruzando, gritando, viviendo, los coches que avanzan en caravana lenta porque la estrechez de la calle no da para más.
A veces uno no se dirige precisamente a la calle Las Armas, a veces uno va para otro lado, a otra plaza, a otra gestión, a veces por ahí se hace más lejos pero igual uno toma la calle Las Armas, como si fuera un recorrido obligatorio o una suerte de apremio por llenarse de la vida que recorre esa calle de un extremo a otro.
Es uno de esos sitios donde parece que el tiempo se haya detenido años atrás, cuando todo era más sencillo y la gente no tenía tanta prisa. La calle Las Armas ha sido testigo de los 2.000 últimos años de la historia de la ciudad.
Su origen viene dado porque en ella se estableció el gremio de armeros, personas dedicadas a la fabricación de navajas, cuchillos, puñales, espadas, alabardas, lanzas y arcabuces.
Las edificaciones no tienen más de tres o cuatro alturas, las suficientes para resguardar de la luz del sol a casi cualquier hora del día. Distinguen por sus altos puntales y los balcones que sobresalen sobre la acera.
Por lo general, carecen de portales y llenan casi todo el espacio alrededor de la vía, en marcado reflejo de la arquitectura ecléctica y la gran densidad poblacional de la zona. A ratos, algún pequeño árbol acompaña nuestro trayecto.
Los balcones se asoman a la calle, como queriendo ser parte de todo cuanto ocurre y, dividiéndolos, están los guardavecinos, esas rejas con los más caprichosos diseños que tipifican los barrios y marcan los pequeños límites perimetrales entre viviendas contiguas. El ir y venir de la gente forma parte del entorno visual y acústico.
A finales del siglo XIX y principios del XX la calle vio la adición de edificios de viviendas y comerciales más altos, que desafortunadamente no mantuvieron la coherencia arquitectónica original.
De unos años a esta parte, sólo se habla del profundo proyecto de rehabilitación de la calle Las Armas, de lo nuevo que luce el empedrado, de lo bella que es la pintura cuando no está desconchada, del olor a cemento fresco que, como el pan recién hecho, huele delicioso.
Las Armas destaca por su antigüedad, por su contenido histórico, y por ser uno de los sitios arquitectónicamente más eclécticos de Zaragoza, donde el Barroco confluye en armonía y complementariedad con el Modernismo y el Art Déco.
En el número 30 se encuentra una de las mezquitas más grandes de la ciudad, a la que acuden a diario cientos de musulmanes.
Un poco más adelante, en el número 32, aparece una vivienda típica de la clase alta de finales del siglo XV o principios del XVI. Es el ejemplo más antiguo conservado de casa-palacio en Zaragoza de esa época.
En la actualidad el edificio es una de las sedes de la Escuela Municipal de Música y Danza.
En la calle Las Armas nacieron algunos de los comercios más importantes de la ciudad. En 1902, Antonio Rébola, bisabuelo de los actuales propietarios de Panishop, decidió montar una panadería en esta vía y en 1895, Manuel Callizo y Segunda Ramos fundaron allí un taller de alpargatas, que con los años se convertiría en Calzados Callizo.
La calle Las Armas tiene su propia personalidad, en donde se reúnen artistas y se realizan actividades muy interesantes. La apertura de nuevos negocios (restaurantes, tiendas de arte, pequeños estudios de artistas, cuidadas terrazas) ha aportado a la zona un toque cool que antes no existía.
Los modernos, en mayor o menor medida, creen vivir en una isla: ese reino fantástico donde el mañana se hace ayer sin pasar apenas por el hoy.
A la mayoría no les queda más remedio que imaginarlo, pero unos cuantos afortunados han conseguido materializar sus aspiraciones. Viven en Zaragoza y se han atrincherado en la zona de Las Armas.
Cuando camines por la calle Las Armas fíjate en sus paredes, y en la gran cantidad de grafitis y arte urbano que encontrarás a cada paso. Asalto ha dejado más que huella en sus rincones y cada año va conquistando un poquito más de la capital maña. Este festival de arte callejero permite ver auténticas obras en el entorno de Las Armas.
Si seguimos caminando encontraremos Las Armas, un espacio cultural de gestión privada, diseñado para impulsar propuestas creativas en pleno centro histórico de Zaragoza, con un amplio calendario de actividades relacionadas con la programación y producción de eventos culturales, la formación, la creación artística y la integración social.
Las Armas cuenta con una sala principal, llamada Son Estrella Galicia, con capacidad para 400 personas, un estudio de grabación con 4 salas independientes, varias aulas para la formación y realización de talleres, zonas comunes para exposiciones temporales, salas de trabajo, cine al aire libre, un escenario exterior y un bar-restaurante.
En el número 78 se encuentra Picaraza Shop, una tienda en la que conviven infinidad de libros y discos.
Todo con un nexo común: se trata de sellos y editoriales independientes que cuidan mucho lo que hacen, con mimo y de manera diferente a lo habitual.
Además de la antigua Azucarera, Zaragoza Activa cuenta con un microedificio en el número 72, un espacio ciudadano, un centro para pensar y desarrollar en común las propuestas de futuro y la relación entre la economía creativa, la ciudad y la ciudadanía.
El Baúl de Melquiades (número 16) es una librería especializada en la venta de libros descatalogados, curiosos, de ocasión y de segunda mano. Si no encuentras ese libro detrás del cual llevas años, probablemente ellos sí que lo hagan. Además, el trato es excelente.
Al fondo de la calle Las Armas podemos vislumbrar la torre de La Seo, proyectada por el italiano Juan Bautista Contini y dirigida por los maestros aragoneses Pedro Cuyeo, Gaspar Serrano y Jaime Borbón entre 1686-1704.
Esta calle se explora mucho mejor si vas caminando, para disfrutarla a su ritmo. Lo cierto es que envuelve con sus encantos. Podrás sentir los latidos de la pasión con que se vive y ver lo genuino de sus distintos rostros. En ocasiones matizada por fachadas coloridas o pálidas y demacradas. Rostros presentes en una misma ciudad donde siempre resalta lo perdurable.
Eso (y muchísimo más) es la calle Las Armas: un lugar donde es fácil perderse y sentirte dentro de una aventura, una locura y un remanso de paz, todo depende de donde estés y del momento del día.