Desde que era tan solo un proyecto, la Gran Vía constituía ya en el imaginario colectivo un símbolo y un emblema de la modernidad.
La Gran Vía es una de las arterias más conocidas de Zaragoza, y aquella en la que se concentra la atractiva dualidad que define perfectamente a la ciudad: orden y caos, bullicio y calma, modernidad y tradición.
Comienza en la plaza de Basilio Paraíso y culmina en la avenida Goya. Su prolongación, una vez cruzada esta última avenida, se denomina paseo de Fernando el Católico.
A la Gran Vía se va a resolver cualquier cosa, a comprar en alguna tienda, o una librería -de nuevo o de viejo-, a tomar un café o poner crédito al teléfono, a sacar dinero, a hacerle un corte de cabello a la mascota. Esta calle reúne todos los usos en sí y se convierte en un mar de gente durante el día.
Aquí se puede comprar refrigerios por doquier, particularmente ‘fast-food’ en bares y cafeterías.
A veces uno no se dirige precisamente a la Gran Vía, a veces uno va para otro lado, a otra plaza, a otra gestión, a veces por ahí se hace más lejos pero igual uno toma la Gran Vía como si fuera un recorrido obligatorio o una suerte de apremio por llenarse de la vida que recorre esa avenida de un extremo a otro.
Ya en el proyecto de Ensanche de 1906 se planteaba el trazado de una gran avenida que sirviera como eje principal de vertebración del ensanche, superando el obstáculo del río Huerva mediante su cubrición parcial.
El principal impedimento era el río Huerva. Finalmente, dos décadas más tarde, el arquitecto municipal Miguel Ángel Navarro llevó a cabo su cubrimiento, y así comenzó a tomar forma una de las principales arterias de la ciudad.
Fue en 1925 cuando comenzaron las obras de urbanización que, en unos años, concluyeron un bulevar de cuarenta metros de anchura y casi un kilómetro y medio de longitud, vertebrando los ensanches del sur de la ciudad.
Como tantas otras calles de la ciudad, su nombre ha ido cambiando según el momento histórico, llamándose sucesivamente: Avenida de la Libertad, Paseo Pablo Iglesias y Paseo Calvo Sotelo, hasta que finalmente recibió el nombre de la Gran Vía.
En los años 50, la Gran Vía todavía eran las afueras, estaba construida, pero no las calles laterales.
A raíz de la construcción de la infraestructura de la Línea 1 del tranvía, la Gran Vía sufrió una completa remodelación en 2010. Una reforma que ha ahondado en su carácter ciudadano, amable y de paseo.
La principal modificación consistió en la supresión de un carril para tráfico rodado que permitió ampliar las aceras e instalar las nuevas vías. Además en el bulevar central, se instaló un carril bici que se prolongó por Fernando el Católico enlazando con los carriles del barrio de la Romareda.
Además se renovó el mobiliario urbano (papeleras, bancos…), y se establecieron pequeños espacios delimitados urbanizados con diversos materiales. Ello dio lugar a la instalación de parques infantiles, fuentes de diseño o zonas de descanso entre otros elementos.
En junio de 2022 la Gran Vía de Zaragoza pasó a denominarse Gran Vía de don Santiago Ramón y Cajal, premio Nobel de Medicina y fundador de la Neurociencia.
En la Gran Vía conviven, en arbitraria armonía, casi todos los estilos arquitectónicos que existen en Zaragoza.
La entrada al paseo de la Gran Vía de Zaragoza no podría tener mejores escuderos. A un lado, el Paraninfo de la Universidad, obra de Ricardo Magdalena y un hito para la institución académica.
Al otro, el edificio Eliseos, catalogado por su especial valor arquitectónico. Se construyó sobre los terrenos del antiguo velódromo, y fue proyectado por el arquitecto Teodoro Ríos Balaguer en 1945 bajo encargo de la Caja de Ahorros y Monte de Piedad de Zaragoza, Aragón y Rioja. Las obras concluyeron un año después y dejaron una impronta monumental y clásica al gusto de la burguesía de la época.
En lo alto del inmueble destaca el conjunto escultórico en bronce del artista Félix Burriel, que firmó como Monumento al Ahorro, junto al escudo de Aragón.
Al comienzo de la Gran Vía se encuentra una bella escultura de Santiago Ramón y Cajal. La obra, orientada hacia la antigua Facultad de Medicina, fue encargada por el Ayuntamiento de Zaragoza al escultor Frank Norton, con motivo de la celebración este año del 170 aniversario del nacimiento y el centenario de la jubilación de Santiago Ramón y Cajal, Premio Nobel de Medicina en 1906.
A unos pocos metros se sitúa la escultura ‘Complicidad’ de Alberto Gómez Ascaso.
La firma Justo Gimeno dispone de su propio taller y de una tienda en el número 7 de la Gran Vía, el privilegiado emplazamiento donde se establecieron en los años 50. Su tienda rebosa prendas para hombre: chaquetas, abrigos, fulares, corbatas, zapatos, camisas… Presumen porque sus creaciones están en los catálogos de ‘Fox Brothers’ en Inglaterra o de ‘Beige Habilleur’ en París.
En el número 11 está situado el Bardot es uno de los cafés más concurridos (e ‘instagramizados’) de la ciudad de Zaragoza. El Bardot ocupa el pequeño local del antiguo bar Mónaco, posee unos amplios ventanales que inundan de luz el espacio y una barra mirando a la calle.
Puedes ir en cualquier momento del día. Hacen desayunos, bocatas, tentempiés básicos y raciones más elaboradas.
Los árboles de Fernando el Católico forman una capilla sixtina, los enormes plataneros crecen en dos filas paralelas convirtiendo el paseo en una lengua de sombra –que tanto se agradece en agosto- un rastro custodiado por ese verde que crece a uno y otro lado extendiendo sus ramas cual brazos largos que, al encontrarse, se tocan con la punta de un dedo.
Posee una rambla central por donde caminan a diario miles de transeúntes; niñas, niños y adolescentes montan patines, corren y saltan la cuerda; los enamorados se dan cita; ancianos se sientan a conversar, leer el periódico o distraerse con juegos de mesa a la sombra de los laureles; grupos de turistas curiosos miran hacia todas partes.
Los amantes de la decoración tienen una cita en Josefina Decoración (número 39). En esta encantadora tienda tienen propuestas preciosas para vestir nuestros hogares, o para hacer un regalo.
Aquí encontrarás artículos dentro de una gran variedad de estilos deco, aunque destaca especialmente por las decoraciones shabby-romántica, rustico chic, o industrial vintage.
Casi al final de la Gran Vía está el conjunto escultórico ‘La ola y el monstruo‘, obra del artista valenciano Antonio Sacramento.
Aunque pueda pasar algo inadvertido, fue el trabajo premiado con la medalla de oro en la II Bienal ‘Premio Zaragoza’ en 1963.
Eso (y muchísimo más) es Gran Vía: un lugar donde es fácil perderse y sentirte dentro de una aventura, una locura y un remanso de paz, todo depende de donde estés y del momento del día.