No debería ser ningún secreto que el Casco Histórico de Zaragoza se estructura en torno a sus plazas, cada una con su abanico de atractivos.
Escenario de todo tipo de celebraciones (combates, autos de fe, ejecuciones, representaciones teatrales, fiestas, torneos, canonizaciones y proclamaciones, etc.), ha cambiado de nombre hasta en diez ocasiones, dependiendo de las diferentes etapas de la historia de la ciudad.
A la Plaza San Felipe se accede principalmente desde la Calle Alfonso a través de la Calle Torrenueva o por la peatonal Calle Antonio Candalija. También se puede acceder por la Calle del Temple.
La plaza destaca por la gran belleza de sus edificios y por ser un lugar tranquilo y apacible en el que relajarse paseando.
Está repleta de casas que en su momento sirvieron como residencia a las principales familias de la burguesía zaragozana.
Las fachadas y soportales arcados que la circundan son, gracias al poderío de estas familias, un gran muestrario de los estilos constructivos de cada época.
Es uno de los sitios arquitectónicamente más eclécticos de Zaragoza, donde el Barroco convive en armonía y complementariedad al lado del Modernismo inspirado en Antoni Gaudí.
En su interior se construyó a comienzos del siglo XVI la llamada Torre Nueva -destruida en 1892- y está rodeada por edificios tan representativos como la Iglesia de San Felipe con su fachada barroca, el Museo de Pablo Gargallo, con las esculturas ecuestres del Atleta clásico y moderno y el Palacio de Fuenclara.
También está el Torreón Fortea, de factura mudéjar y que acoge las dependencias municipales de Cultura.
Justo al frente está situada la Iglesia de San Felipe. La construcción puede dividirse en tres etapas, que abarcan desde 1686 hasta 1752, cuando el arquitecto real Ventura Rodríguez aconseja eliminar parte de los elementos decorativos para adaptarla a los nuevos gustos clasicistas, a la vez que interviene con los mismos criterios en la Basílica del Pilar.
La portada en piedra destaca por su estructura potente y con dos fuertes columnas salomónicas. En el centro, se encuentra en forma de retablo una portada ejecutada por Pedro Franco con las imágenes de San Felipe, Santiago y Santa Elena.
La puerta de acceso a la iglesia fue en su día la de la Basílica del Pilar y fue trasladada posteriormente a su actual emplazamiento.
De estilo barroco, se comienza en 1686, tras derribar otra anterior románica, dedicada a los santos Felipe y Santiago, por quedar demasiado pequeña ante el aumento de la población de la parroquia.
En el centro de la Plaza San Felipe hay una escultura muy particular. Se realizó en memoria de la Torre Nueva.
No destaca por su monumentalidad, ni por representar a un personaje ilustre. Se trata de un muchacho anónimo sentado en el suelo de la plaza.
La figura, obra de Santiago Gimeno Llop, parece mirar donde estaba en su día la Torre Nueva, situándose la mirada en la altura máxima de la torre. El muchacho contempla la altura vacía, nuestro pasado cercenado. Admira la Torre Nueva, que allí existió durante casi cuatro siglos.
La Torre Nueva se levantó en siglo XVI, gobernando Fernando el Católico, y con sus 80 metros iba a ser el punto ideal para alojar un reloj que viera todo el mundo. Según cuentan las crónicas, fue la construcción mudéjar más hermosa, pero… se inclinaba peligrosamente. Daba miedo y causaba admiración al mismo tiempo. Aún así, resistió episodios como la Guerra de la Independencia. Sin embargo, lo que los cañones no derribaron, lo hizo la política local decimonónica, ya que ante la incapacidad para consolidarla, se derruyó en 1892.
Si quieres saber más sobre la Torre Nueva dirígete a Alimentación Montal. Su tienda gourmet es uno de los referentes gastronómicos de Zaragoza, no sólo por los productos que ofrece sino también por la amplia oferta de platos preparados que se ponen a diario a disposición del cliente.
Esta actividad desembocó en la apertura, hace dos décadas, de un restaurante modélico por su concepción y ubicación. Es, sin duda, uno de los restaurantes más bonitos del Zaragoza, no en vano se enmarca en un palacio renacentista aragonés construido entre los siglos XV y XVII en diferentes etapas y que fue totalmente rehabilitado por la familia Montal.
Además, en las bodegas de este negocio familiar y centenario se encuentra el Museo de la Torre Nueva, un homenaje al que fuera uno de los símbolos más característicos de nuestra ciudad.
A pocos pasos se sitúa Doña Hipólita, un bar, cafetería y restaurante. Este local juega muy bien con el minimalismo nórdico, con un despliegue de techos altos, madera, mobiliario casero y luz, muchísima luz. La cocina a la vista, una cocina antigua que recuerda la de nuestras abuelas, preside el espacio principal, que se abre a la calle con un ventanal oxigenante. La atmósfera es relajada, y el público, moderno, joven y calmado.
Justo al lado, en el número 12, se ubica Kachonwaa. Si quieres hacer un regalo, llevar un postre diferente a una comida, o sorprender en una celebración, Kachonwaa es una fantástica alternativa. Sus frutas bañadas en chocolate venezolano son un auténtico regalo para los sentidos. Chocolate suave y sedoso al paladar que envuelve los sabores dulces y ácidos de frutas cuidadosamente seleccionadas en su momento óptimo de maduración, creando así un sabor único.
Al otro lado de la plaza está la Creperie La Flor. En Zaragoza se comen creps desde finales de los años 80 y este fue el primer local que las ofreció.
Cenas románticas en un entorno bonito y que se adapta a todos los bolsillos. Esto es lo que podéis encontrar en La Flor. La decoración del local no es gran cosa, pero no le resta ni una pizca de encanto a este restaurante francés que destaca por su buen hacer y mimo al producto.
La crepe es el plato predominante en una carta donde también se puede encontrar suculentas recetas a medio camino entre la gastronomía francesa y española.
En la actualidad, la Plaza de San Felipe es uno de los lugares más emblemáticos y animados de Zaragoza y cuenta con numerosos bares, restaurantes y cafeterías.
A pesar de este maná de sillas y mesas, por la noche no es fácil encontrar sitio para sentarse, pero cuando se consigue, no hay quien te desenganche el culo de tu trocito de paraíso urbano.
Cada domingo por la mañana, plaza San Felipe acoge un mercadillo especializado en pintura, en el cual un amplio grupo de artistas locales exponen sus obras al aire libre: pinturas, acuarelas, grabados, fotografías, etc.
Es uno de los lugares más populares e importantes del Centro Histórico de Zaragoza, por donde transitan miles de personas diariamente, y donde muchos deciden hacer estancia para mimar los sentidos, especialmente la vista y el gusto.