La Calle Alfonso I es el centro turístico y vital de Zaragoza, el comienzo y final de todo viaje a la capital maña.
En pleno corazón de Zaragoza, esta calle nos invita a adentrarnos en la parte antigua de la ciudad y a conocer muchos de sus secretos, mientras propone un sugerente diálogo con el presente.
La animada Calle Alfonso I se extiende por 450 metros, desde el Coso hasta la Plaza del Pilar. Subirla o bajarla, recorrerla en toda su extensión nos hace viajar entre estilos arquitectónicos, escultóricos y ambientales de alto valor cultural y patrimonial.
Se trata de un recorrido bullicioso donde vienen y van turistas y lugareños, más que mirando escaparates, mirándose y dejándose ver, parados en una esquina, sentados en un poyete comiendo pizza o un helado mientras suena la música de algún grupo callejero.
Fue construida entre 1865 y 1867, cuando se decidió la apertura de una vía por motivos higiénicos y con la intención de descongestionar el Casco Histórico de origen romano, desordenado y sinuoso.
La pujante burguesía zaragozana aspiraba a crear una vía que fuera símbolo de modernidad y que saneara un entramado urbano de callejuelas antiguas sin saneamiento. Una zona pensada para convertirse en el punto neurálgico de la élite del siglo XIX, con elegantes edificios y negocios en un entorno barroco y neoclásico.
En ese periodo Zaragoza era una ciudad moderna, con barrios muy bien delimitados y un centro histórico y unos ensanches donde la nueva y rica burguesía construía sus viviendas. Un periodo de entusiasmo que se reflejó en la imagen de la capital. Fue la operación de reforma interior del casco urbano de Zaragoza más importante realizada durante el siglo XIX.
La idea original era crear un bulevar de estilo europeo, tan espléndido como los que estaba construyendo Haussmann en París durante el Segundo Imperio (1852-1870). Un lugar para pasear, para comprar y para dejarse ver.
Se trataba de un agresivo proyecto de intervención en el interior de la ciudad, tal y como otras urbes europeas llevaron a cabo en aquellas décadas. El proyecto fue realizado por el arquitecto José de Yarza Miñana, y al frente de la alcaldía estaba Antonio de Candalija. Muy pronto la Calle Alfonso I se convirtió en la zona preferida por las familias aristocráticas zaragozanas para edificar sus mansiones.
Las obras comenzaron en el invierno de 1866 y ayudaron a paliar la grave crisis económica que afectaba a las clases jornaleras y artesanas de la ciudad. La calle Alfonso se llevó por delante docenas de edificios y varias callejuelas (entre ellas la antigua calle del Trenque).
La calle está repleta de casas que en su momento sirvieron como residencia a las principales familias de la burguesía zaragozana.
Las fachadas y soportales arcados que la circundan son, gracias al poderío de estas familias, un gran muestrario de los estilos constructivos de cada época. Todas las nuevas construcciones debían respetar tanto la anchura de la calle como la altura de cuatro pisos. A partir de ahí, los edificios podían variar su aspecto.
Las edificaciones muestran equilibrio en las formas y las simetrías, y se distinguen por sus altos puntales y los balcones que sobresalen sobre la acera.
Por lo general, carecen de portales y llenan casi todo el espacio alrededor de la vía, en marcado reflejo de la arquitectura ecléctica y la gran densidad poblacional de la zona.
Los balcones se asoman a la calle, como queriendo ser parte de todo cuanto ocurre y, dividiéndolos, están los guardavecinos, esas rejas con los más caprichosos diseños que tipifican los barrios y marcan los pequeños límites perimetrales entre viviendas contiguas.
Tras las fachadas portentosas se intuyen los techos altos, los suelos hidráulicos y las antiguas columnas metálicas.
El ir y venir de la gente forma parte del entorno visual y acústico.
Cronistas nacionales y extranjeros de todas las épocas han descrito a la calle Alfonso desde su surgimiento como «una de las calles más animadas de Zaragoza«.
El constante ir y venir bullicioso de la gente ha estado justificado por su cercanía al Pilar y la presencia de farmacias, casas de modas, sastrerías, pastelerías, cafés, bares, bazares, billares, librerías, joyerías, centros de belleza, jugueterías y tiendas de toda índole. Su posicionamiento como corredor comercial le llevó a ser pionera en el alumbrado público de la ciudad.
A finales del siglo XX y principios del XXI la calle vio la adición de edificios de viviendas y comerciales más altos, que desafortunadamente no mantuvieron la coherencia arquitectónica original.
En la calle Alfonso aún hoy se mantiene esa tradición comercial y funciona atestada de establecimientos minoristas que se recorren con la tranquilidad y naturalidad de un paseo, pues únicamente se permite el tráfico peatonal sobre sus perseverantes y resistentes adoquines. Fue de las primeras calles de la ciudad en expulsar a los coches. En 2001, el alcalde José Atarés decidió peatonalizar esta arteria siguiendo la estela de lo que estaban haciendo el resto de urbes europeas.
Al pasear entre los edificios modernistas y la arquitectura de los años 50, tendrás la sensación de haber viajado en el tiempo.
En la calle Alfonso se entrelazan las construcciones de piedra, los balcones volados, techos de alfarje, ventanas de madera torneada, pinturas murales, vitrales, fachadas y amplios portales arcados, que en buena lid serían el pretexto ideal para estudiar desde allí la historia de la arquitectura en Zaragoza.
La conexión del Coso con la Basílica del Pilar, cuya cúpula central queda -casi- centrada con la calle, y la armonía estética de sus edificios y farolas la convierten en uno de los paseos favoritos de zaragozanos y visitantes.
La esquina del la Calle Alfonso con el Coso es una de las esquinas más presuntuosas de Zaragoza: un edificio monumental de principios del siglo XX, cedro, vitrales, mármoles, la pompa de esos tiempos.
Este fue el primer proyecto de viviendas modernistas en Zaragoza. Lo realizó Fernando de Yarza, continuador de toda una familia de arquitectos zaragozanos activos desde siglos atrás.
Su hijo José de Yarza Echenique había estudiado la carrera de arquitectura en Barcelona y al volver a Zaragoza, con toda la seguridad, puso a su padre al día de las nuevas tendencias modernistas que él había conocido en su estancia en Cataluña, sobre todo la personalidad del arquitecto Luis Domenech i Montaner, con su peculiar “estilo floral”, y la obra de Antonio Gaudí, entre otros muchos arquitectos modernistas.
En el número 5 se encuentra el edificio El Águila. Fue construido en 1916, según proyecto de Miguel Ángel Navarro Pérez, para uso comercial de los grandes almacenes El Águila.
Fueron los primeros almacenes modernos que se abrieron en Zaragoza, formando parte de una cadena de establecimientos de este tipo que se extendía por las principales ciudades españolas.
El arquitecto buscaba modernidad y espectacularidad, algo que consiguió con una fachada con amplias superficies acristaladas, un patio central en torno al que se articulaban las plantas destinadas a la venta al público, y una imponente águila de bronce con alas abiertas sobre un globo terráqueo que coronaba la fachada.
Este elegante comercio estuvo abierto durante 40 años. El edificio fue reconvertido en los años 90 del siglo XX, y en la actualidad acoge oficinas y una tienda en sus bajos.
A mediados del año 1761, la familia de Francisco de Goya se reagrupó en lo que era la calle del Tenque (actuales números 7-15 de la calle Alfonso I), en un dificio de estrechísima fachada (no llegaba a los dos metros y medio).
Francisco de Goya volvió desde la Corte a Zaragoza en 1780 para pintar la cúpula ‘Regina Martyrum’ en la basílica del Pilar. Encuentra acomodo en lo que hoy es el número 2 de la calle Alfonso I, a solo un portal de la residencia de su amigo Martín Zapater (que vivía más o menos en lo que hoy es el edificio del FNAC).
En el número 17 se ubicaban los Almacenes Gay. Gay era una empresa familiar con origen en Salamanca, que se dedicaba a la comercialización de artículos de moda y hogar. La tienda de Zaragoza, inaugurada en 1967, fue la número catorce de su cadena distribuida por diferentes provincias, y marcó una época en el comercio local. Tenía 8 plantas abiertas al público, y fue el primer gran almacén moderno, con fachadas opacas y en altura. En su interior, se vendían sobre todo artículos de moda, hogar, juguetes… Este centro comercial cerró sus puertas en 1997. El edificio fue reconvertido, y en la actualidad acoge oficinas.
Nuestra próxima parada es la Plaza de Sas, una pequeña plaza llena de terrazas. Siempre hay ambiente en la Plaza Sas ya que conecta la Calle Alfonso con el Tubo, la conocidísima zona de tapas. Es una placita perfecta para descansar después de una intensa jornada de turismo.
Al lado opuesto, a la altura de la Calle Antonio Candalija, se encuentra ‘El Pastor del Águila‘, una reproducción de la escultura de Pablo Gargallo.
La escultura representa a un pastor semidesnudo que protege a su rebaño del ataque de un águila alzando su brazo izquierdo como barrera, mientras que con su mano derecha calma a un cordero que reposa sus patas delanteras en las piernas del pastor.
Junto con ‘El Pastor de la flauta’ y ‘La Vendimiadora‘, es una de las tres esculturas que realizó Gargallo para el proyecto de ornamentación de la Plaza de Cataluña de Barcelona.
En el número 25 se encuentra la antigua Joyería Aladrén, un emblemático establecimiento construido en 1885. Esta joyería servía al papa Juan Pablo II, a la reina Fabiola de Bélgica y en su taller se fabricó el óculo de la columna del Pilar que tantos aragoneses hemos besado.
Hasta 1997, cuando se retiró José Ignacio Lacruz, el último platero del tesoro del Pilar. En 2022, el local fue cuidadosamente restaurado y reconvertido en el Café Restaurante 1885.
Este establecimiento hostelero recrea con fidelidad la estética elegante de la antigua Joyería Aladrén. La sala Luis XVI es quizás la más espectacular, con sus techos blancos y dorados al más puro estilo del Palacio de Versalles.
Ofrece un servicio de cafetería excepcional, una breve carta con recetas donde cada ingrediente es un producto de proximidad cuidadosamente escogido.
A pocos pasos, en el número 25, está Bellostas. Se trata de un establecimiento que se remonta al año 1908 y que ofrece artículos artesanos, de mucha calidad y muy variados que no se pueden encontrar en otras tiendas. Y esa, dicen, es su mayor ventaja para mantener su establecimiento y a sus clientes.
En el número 27 está el La Parisien. Esta casa de modas fue fundada en 1911, por lo que son muchas las generaciones de zaragozanas que han acudido a esta tienda para vestir sus grandes celebraciones.
Ya cuando fue inaugurada marcó tendencia, al ser una de las primeras tiendas en España que abrían escaparates hacia la calle, o al instaurar un precio fijo de los productos, algo que ocurría en Europa desde hacía tiempo.
Casi al final de la calle está el callejón de las Once Esquinas, un espacio que podría servir de localización para grabar una de las películas de Harry Potter.
En este callejón no hay portales aunque sí que hay un local cerrado y numerosas ventanas que dan al mismo. La entrada de calle Alfonso está cubierta por un arco que sujeta tres plantas de viviendas mientras que por la calle Santa Isabel la suciedad no invita a transitar por este callejón.
Haciendo esquina con la Plaza del Pilar se encuentra el Pasaje del Comercio y de la Industria, más conocido como Pasaje del Ciclón. Un rincón que todavía hoy tiene la capacidad de trasladarnos a un viaje en el tiempo hasta finales del siglo XIX.
Este gran pasaje comercial fue construido entre los años 1858 y 1868 siguiendo el estilo de otras galerías comerciales, como la Magna Galería de Victor Manuel en Milán o las Galerías San Hubert de Bruselas.
Justo en el vértice de la Plaza del Pilar y la Calle Alfonso, se aboca esta este icono de la hostelería castiza. La Cafetería Santiago es totalmente ‘old school’ tanto en la decoración como en los platos y raciones que sirven y la actitud de los camareros (que llevan décadas detrás de la barra sirviendo tapas y bocadillos baratos y gin-tonics a buen precio).
En la Calle Alfonso encontramos espacios tan diversos, atractivos o demandados actualmente como las pastelerías Tolosana (número 6) y Manolo Bakes (número 43), la heladería Zanellato (número 21), la tienda de productos gourmet Sabor de España (número 41), el restaurante Ribs (número 13), las tiendas de regalos Tiger (número 20), Ale-Hop (número 24) y Miniso (número 29), así como establecimientos de accesorios de telefonía, una boutique de empanadillas argentinas (número 2), un local de chucherías gigantes (esquina de la calle Alfonso I con el Coso), varios edificios dedicados al alquiler turístico y un centro de negocios, entre otros.
El paso del tiempo también ha dejado huella en esta calle donde solo se instalaba la flor y nata de la sociedad aragonesa.
Las grandes cadenas y franquicias van copando los locales vacíos mientras que los comercios tradicionales tienen que pelear contra subidas de alquiler y la llegada a la calle de nuevos inversores. Muchos de quienes ya peinan canas aún enumeran con nostalgia algunas de las tiendas ‘de toda la vida’ que se han ido perdiendo: la lista es larga e incluye La Campana de Oro, la Casa Blanca, Bolsos Gracia, el Mañico, Pomar, Coyne, Almacenes El Águila, Aladrén, Ginés…
No menos importantes son las bocacalles de Alfonso I, como la Calle Prudencio, con la popular Churrería La Fama, un clásico que lleva décadas endulzando el paladar de una clientela muy fiel, o la calle Fuenclara donde los vecinos más mayores acuden a Dulces Catalina a comprar sus chucherías de la infancia.
La calle Alfonso es un lugar donde es fácil perderse y sentirte dentro de una aventura, una locura y un remanso de paz, todo depende de donde estés y del momento del día.
Todo el conjunto arquitectónico y humano es impresionante, y el paseo por la principal arteria comercial y turística de Zaragoza se hace totalmente ineludible, tanto para los viajeros que llegan por primera vez a la capital maña como para aquellos que la conocen como la palma de su mano.
Uno de esos lugares para reenamorarse de Zaragoza y del mundo en general.