Los musulmanes entraron en España en el 711 por Tarifa y en el año 714 conquistaron Zaragoza. Dividieron la península en dos mitades, llamadas marcas. La Marca Superior incluía los distritos de Tortosa, Tarragona, Lérida, Huesca, Calatayud, Tudela y Zaragoza, que era su capital, a la que llamaron Medina Albaida (la ciudad blanca).
Tras la conquista cristiana de la ciudad por Alfonso I el Batallador en 1118, los musulmanes que se quedaron fueron expulsados extramuros y, allí, se les permitió erigir su arrabal. Se instalaron en la zona contigua fuera de la muralla, al otro lado del Coso.
El barrio musulmán estaba rodeado por un muro que se extendía por la calle de Escuelas Pías, el Coso, hasta la plaza del Carmen, y daba la vuelta por la avenida de César Augusto, Ramón y Cajal, Echeandía, San Pablo, hasta el Mercado.
Por la Puerta de la Meca y otra cerca del Arco de San Roque accedían al resto de la ciudad.
A finales del siglo XIII Jaime I el Conquistador permitió que los musulmares se instalaran también en una zona extramuros en torno a la actual Plaza de España, el Paseo Independencia, la Calle Azoque, la Calle del Teniente Coronel Valenzuela (conocida antes como la Calle de la Morería Cerrada) y la Plaza Salamero, en lo que se llamaría la Morería.
La calle Azoque era la principal arteria del barrio musulmán y reunía lugares importantes como la Mezquita Mayor, la alfóndiga u hostal de los moros, la carnicería, el zoco o mercado y la alcaicería (mercado cerrado para la venta).
El cementerio se encontraba en el solar del antiguo convento del Carmen, lindante con la Calle Cádiz.
Zaragoza mantuvo a lo largo de la Edad Media una importante población musulmana que decidió quedarse, conservando su fe, aunque sometida al mandato de los Reyes de Aragón.
El geógrafo, cartógrafo y viajero alemán Hieronymus Münzer visitó Zaragoza en febrero de 1495 y escribió sobre la Morería lo siguiente:
«Los sarracenos, más abajo del monasterio de los frailes menores (se refiere a los frailes Menores del convento de San Francisco que ocupaba el lugar de la actual Diputación Provincial en la Plaza de España), en la parte nueva de la ciudad, tienen un espacio reservado y una ciudad donde habitan, en bellas y limpias casas, con tiendas para vender y una hermosa mezquita».
De ello no ha quedado rastro alguno, salvo las calles de San Jerónimo y del Laurel, sombrías, ceñidas, sugerentes.
De Azoque sale la Calle de San Jerónimo, en la que no hay portales y tan solo dan a ella las salidas traseras de algunos restaurantes.
Al fondo esta vía da con la Calle del Laurel, también poco transitada excepto cuando los alumnos del colegio Santa Rosa salen del patio. En esta vía sí que hay un pequeño y modesto portal.
Parte de las ruinas de este antiguo barrio musulmán aparecieron en 2001, al excavar el Paseo de la Independencia para construir un gran parking subterráneo.
Al menos un 20% de los musulmanes zaragozanos trabajaban en el sector de la construcción. Hábiles albañiles, eran contratados por los señores cristianos para la construcción de sus edificios y templos, dando lugar al arte mudéjar, declarado patrimonio de la Humanidad por la Unesco.
Los habitantes de la Morería zaragozana estaban especializados en varios oficios artesanales, a saber, herreros, alfareros, albañiles, carpinteros, molineros y lagareros de vino y aceite.
El morisco estaba desigualmente distribuido por la geografía española. En Castilla representó siempre un porcentaje escaso respecto del total demográfico, como ocurría en Cataluña.
Era importante en Valencia, donde alcanzaba el 30% de la población, y en Aragón, donde llegaba a entre un 16% y un 20% aproximadamente.
En 1525 Carlos V ordenó la conversión forzosa de todos los musulmanes de Castilla y Aragón, pasando a denominarse cristianos nuevos o moriscos.
El bautismo introdujo novedades importantes en la vida de la comunidad. Además del cristianismo, otorgó la carta de naturaleza aragonesa. El morisco es aragonés de pleno derecho dentro de las categorías jurídicas del feudalismo.
En el solar que dejó la mezquita mayor se fundó en diciembre de 1553 el Convento de la Santa Fe de las Hermanas Dominicas, conocido como de las “Arrepentidas”, por albergar un correccional de mujeres.
Las relaciones mantenidas durante siglos habían hecho del musulmán aragonés un hombre occidentalizado. Condición que favoreció el adoctrinamiento y la integración en el régimen político aragonés, desde el concejo hasta las supremas instituciones del reino.
Eran de tez blanca y vestían y hablaban como el cristiano viejo. Eran amantes del teatro clásico del Siglo de Oro. En las fiestas corrían toros y practicaban el juego de cañas. Jugaban a los naipes, los dados o los bolos… y acudían a la taberna, donde se encontraban con los cristianos viejos.
El bautismo debió ser el último paso a la integración y fusión definitiva. No fue así.
En el verano de 1610 fueron expulsados por el rey Felipe III.
Se estima que en el momento de la expulsión un 20% de los habitantes del Reino de Aragón (60.818 personas) eran moriscos, y algunas poblaciones de la ribera del Ebro perdieron a prácticamente toda su población.
Por si fuera poco, tuvieron que dejar atrás todas sus propiedades; de hecho, la propuesta del duque de Lerma, ratificada por el Consejo de Estado en abril de 1609, especificaba que tan solo podían llevar consigo los bienes muebles que pudieran transportar personalmente.
El éxodo de los moriscos causó un vacío importante en el artesanado, producción de telas, comercio y trabajadores del campo. Las consecuencias económicas y demográficas de la deportación general fueron desoladoras y duraron décadas.
Los moriscos aragoneses se dirigieron al puerto de Los Alfaques, donde se reunieron con moriscos de otros reinos para partir hacia Orán y Mazalquivir (Mers el-Kebir), en Argelia.
Pero, en líneas generales, los habitantes del continente vecino no fueron tan hospitalarios como los recién llegados esperaban, pues muchos fueron sometidos a malos tratos y saqueos.
Pese a la situación, no todos los moriscos abandonaron Aragón, pues se permitió que los niños menores de 4 años se quedaran, si los padres así lo querían, con familias de cristianos viejos.