El Palacio de la Diputación del General del Reino de Aragón, comúnmente conocido como Palacio de la Diputación o Casas del Reino, era el centro neurálgico político y judicial de la ciudad y el reino.
La Diputación General del Reino de Aragón fue una institución aragonesa vigente entre 1364 y 1708 cuya función era la representación por estamentos del Reino de Aragón en periodos entre Cortes ante el Rey de Aragón y el resto de los reinos peninsulares. Tenía a su cargo la intervención en asuntos internos y externos de dicho reino de carácter fiscal, administrativo y político y la salvaguarda y buen cumplimiento de los Fueros y Libertades.
La Diputación del Reino de Aragón era una institución de poder permanente cuyo origen estuvo en la urgencia de Pedro IV de recaudar fondos ante las necesidades económicas causadas por la Guerra de los dos Pedros (1356–1369).
La institución llegó a ser muy pronto un órgano clave para la gestión de los recursos dedicados a la defensa del Reino, con atribuciones administrativas, políticas, militares y de representación del poder emanado de las Cortes por delegación.
Ante este órgano juraban fidelidad a los fueros y observancias del reino los reyes de la Corona aragonesa y, posteriormente, de la española, hasta el advenimiento de los Borbones tras la Guerra de Sucesión.
Era un elemento destacadísimo de la arquitectura civil española. Chueca Goitia lo considera “gloria de la arquitectura civil aragonesa”, “ejemplar de incalculable valor” y “eslabón precioso” del tipo de palacio aragonés. Y sin embargo la importancia del edificio trascendía su excelencia artística, pues el Palacio de la Diputación aragonesa era, ante todo, un soberbio monumento político.
El Palacio de la diputación era un ejemplo magnífico de la voluntad de configuración simbólica del espacio a través de la alianza entre el arte, la historia y el ritual derivado del uso institucional. La compenetración de estos factores en la Diputación aragonesa cuajaba el espacio de evocaciones y hacía de la arquitectura un gigantesco resorte para la memoria.
Quizá solamente los casos de los respectivos palacios de la Generalitat, en Barcelona y Valencia, hoy felizmente conservados, tengan completo parangón en España.
Su situación central y frente al Ebro procuraba al palacio una gran proyección paisajística, favorecida arquitectónicamente por el singularísimo tejado de rombos que cubría la sala real y que confería al edificio mucha gracia y un cierto aire festivo.
Al reivindicarse a sí mismo como un hito deslumbrante en la principal perspectiva de la ciudad (como se aprecia especialmente, por su carácter polícromo, en la vista de Juan Bautista del Mazo) el palacio no hacía otra cosa que retomar la tradición del lugar, en el que ya había despuntado sobre el caserío romano, entre el río y el foro, la basílica de Caesaraugusta.
El Palacio de la Diputación fue construido a principios del siglo XV en la plaza de la Seo, a escasos metros de la catedral. Su construcción se decidió en las Cortes de Aragón celebradas en 1427 para tener una sede permanente. Las obras se desarrollaron entre 1437 y 1450.
Aunque carecemos de mucha información sobre el diseño y la edificación del palacio, es conocida la participación en la obra de destacados maestros constructores, como el cantero Johan de Laredo, los fusteros y maestros de obras Moris Perrin y Mahoma Rafacon (sobre los que al parecer recayó una mayor responsabilidad en el proyecto) y otros profesionales como Bernart Arnaul, Bernart Soler e Ibrahim de Ceuta.
La participación conjunta de diferentes especialistas, la sofisticada organización del trabajo y el uso documentalmente constatado de diversos materiales son datos que sugieren un rico panorama material y formal en una arquitectura dominada por el ladrillo pero con fuerte presencia de la madera en techumbres que debieron de ser espectaculares y de la piedra en elementos clave para la prestancia del edificio.
El edificio tenía tres fachadas: una que miraba hacia la plaza de la Diputación (actual plaza de la Seo), otra que se abría a las Casas del Puente, y otra, que daba al paseo del Ebro. En el interior, las tres plantas del edificio se estructuraban en torno a un gran patio interior al estilo de los palacios aragoneses, empedrado con cantos rodados que formaban distintos dibujos. En uno de los laterales, se situaba la escalera que comunicaba las tres plantas.
El trabajo en yeso, tan importante en la tradición mudéjar, debía de uniformizar en alguna medida los espacios del palacio a la vez que los completaba ornamentalmente.
El edificio sufrió diferentes reformas a lo largo de los siglos, algunas de ellas tan próximas en el tiempo a las obras de construcción que incluso podrían considerarse complementarias a estas, como las que a finales del siglo XV trataron de solventar ciertos problemas estructurales o las que adecuaron el palacio a la moda renacentista en el siglo XVI (entre ellas la obra del mirador Real por el fustero Fanegas, la del mirador del Ebro por Juan de Gali y Jaime Crosian o la reparación de la fachada principal por Marco de Mañaria).
La claridad y la unidad compositivas del palacio en planta y en sección escondían un funcionamiento mucho más complejo que estaba regulado por el ritual tradicional de cada una de las diversas instituciones que lo habitaban.
Porque el edificio no solo era la sede de la Diputación sino también del resto de las principales instituciones aragonesas y de los principales depósitos del reino, como la armería, la librería o los diversos archivos.
La idea de un centro político donde confluían los poderes emanados del rey y del reino (la Audiencia Real, la sede de la Diputación del General del Reino, de las Cortes de Aragón y del Justiciazgo) quedaba materializada en el edificio mediante un potente despliegue artístico al servicio de la memoria histórica, siempre filtrada por las estructuras del poder.
No en vano sobre el palacio recaía la importante misión de exponer ante propios y extraños la cronología de Aragón a través de la galería de sus reyes, de mostrar su sistema de gobierno mediante la distribución espacial de sus instituciones, de subrayar sus peculiaridades mediante los retratos de los Justicias (por ejemplo), o de narrar el proceso de su conformación geográfica a partir de escenas históricas.
La profusión de inscripciones, la repetida presencia de símbolos heráldicos (y, sobre todos ellos, del “señal real”), así como la mera conciencia de la presencia en el edificio de las escrituras del reino y de sus crónicas, contribuían a la gran empresa de convertir el palacio en una auténtica casa de la memoria de Aragón.
El edificio se organizaba interiormente a partir de un gran patio central, ligeramente rectangular, al que se abrían mediante clásicas arcadas de medio punto las pandas claustrales que repartían el acceso a las diferentes estancias. Al modo de los palacios aragoneses, la escalera de aparato estaba colocada en uno de los laterales y se componía de tres tramos.
Debían de destacar en el interior ricas techumbres que ayudaban a singularizar cada uno de los espacios principales. Aunque el edificio contaba con un oratorio propio usado ritualmente por los diputados en su labor consistorial, el palacio incorporó con el tiempo la pequeña iglesia de San Juan del Puente, que fue asignada
por la Diputación al uso del Justiciazgo.
El Palacio de la Diputación, la Iglesia de San Juan, la Puerta del Ángel y las trazas de la antigua muralla se articulaban en un singular conglomerado.
En realidad, no es posible concebir estas piezas, que llegaron a formar parte de un mismo sistema, limpiamente separadas. El torreón este de la puerta del Ángel era a su vez en su piso bajo el ábside de la iglesia de San Juan del Puente, sobre cuya nave se situaba el archivo del Reino, estancia del Palacio de la Diputación a la que se accedía por su sala real. Esta complejidad en la configuración espacial debía de tener su correlato en el régimen de propiedad, pues la muralla (y por ende la puerta del Ángel) era competencia de la ciudad mientras que el palacio pertenecía al reino. A ello se sumaba, además, la dependencia eclesiástica de la iglesia de San Juan.
Aunque en 1707 se abolieron las instituciones y la personalidad jurídica del Reino de Aragón en los Decretos de Nueva Planta del rey Felipe V, el edificio mantuvo su importancia pasando a denominarse ‘Casas de la Audiencia’, siendo testigo mudo del pasado orgulloso de un reino hecho a sí mismo y de sus símbolos, instituciones y costumbres.
El Palacio de la Diputación fue destruído por un incendio en los últimos días del mes de enero de 1809, durante el Segundo Sitio de Zaragoza.
El fuego debió de ser intenso y prolongado y la consternación, profunda. Los daños fueron especialmente importantes en las cubiertas y en el patio central, cuya cúpula debió de desplomarse causando graves daños en las frágiles arquerías del claustro. También perecerían las techumbres de la planta noble y buena parte del mobiliario y la decoración, tanto en la Real Sala de San Jorge como en otras también muy principales como la antigua del Justicia.
Las crónicas que nos legaron quienes directamente presenciaron aquellos trágicos hechos nos transmiten la idea de una destrucción total.
Faustino Casamayor, ciudadano que con sus años políticos e históricos fue cronista no oficial de la ciudad entre 1782 y 1833 (y que conocía bien el Palacio de la Diputación por ser, como su padre, alguacil de corte en la Real Audiencia, con sede en el edificio), anotó para el 27 de enero de 1809 que había sucedido “la desgracia lamentable del incendio de la Real Audiencia, pérdida que jamés podra ser resarcida, quemándose sus dos archivos y con ellos lo más precioso de los privilegios Aragoneses”.
Los ataques de ese día, especialmente virulentos, golpearon a la ciudad “con el fuego tan furioso como seguido de nuestros enemigos no cesando un instante de caer bombas y granadas y balas rasas con mucho daño a los edificios”. Casamayor anotó para el día 28 que “el incendio de la Audiencia fue tan voraz que consumió toda ella, y la magnífica Sala de San Jorge, con las Escrivanias, y la maior parte de sus papeles, por todas cuias razones sera este uno de los mas melancolicos de esta desastrosa guerra”.
Tres días más tarde “en la Audiencia ocurrió caer otra granada, y haviendose vuelto a cebar el fuego, se quemaron muchos papeles de la Secretaría de Acuerdo que no havian podido salvarse”.
Otro zaragozano, cuya identidad nos es desconocida, relató también los terribles ataques sufridos por el Palacio de la Diputación esos días finales de enero de 1809 en un documento fechado en octubre de 1825 que dio a conocer Juan Moneva:
“Assí permaneció este precioso depósito de lo más estimable en lo civil, y político por las muchas gracias, privilegios y excepciones referidas de que, estaba lleno hasta el aciago día 27 de Enero de 1809, uno de los más crueles y encarnizados que sufrió el vecindario de esta heroica ciudad en su Segundo Sitio, siendo pábulo de las llamas de las bombas que en tanto número caieron en su recinto y abrasaron todo el edificio; día que jamás se borrará de la memoria de los que sufrimos su infortunio y los varios ataques que durante él, ia fuera ya dentro de la Ciudad nos dieron tan repetidos como terribles, obligando a desamparar la maior parte de las religiosas de sus conventos y refugiarse al templo de Nuestra Señora del Pilar, único consuelo en aquella desventurada época y en el que Zaragoza no presentaba ya más que ruinas sobre ruinas y cadáveres sobre cadáveres, en calles y plazas, cerrados sus Templos a excepción de la celestial Piscina de María, cuias catástrofes no dieron lugar a acudir a apagar el incendio que prendió vorazmente, frustró todas las esperanzas de cortarlos pues, y aunque se procuró sacar algunos papeles por el actual archivero que entonces lo era D. Santiago Terreros, fueron muy pocos y aun estos tan mal custodiados que casi todos se perdieron o inutilizaron, cuia lamentable pérdida era llorada perpetuamente por la ninguna esperanza de su recobro y cuias ruinas recordarán a la posteridad el modelo más acabado de fidelidad y amor con que los zaragozanos acreditaron su heroicidad en favor de su afamada Patria y su deseado y legítimo soberano Fernando Séptimo”.
La descripción de Fernando García Marín, publicada en 1817, es igualmente dramática:
“El estrepitoso estallido de centenares de edificios que a la vez se desplomaban, añadido al horrísono de aquellas formidables máquinas: los ayes, los gemidos, y los lastimeros llantos de tanto infeliz despedazado por el fuego y el acero, o estropeado por las ruinas; y el pavoroso susurro de las llamas, que devoraban grandes fábricas y almacenes, y magníficas casas como la de la real Audiencia, y otras no menos capaces y suntuosas, hubieran podido imponer y arredrar a otras almas menos fuertes que las de los impasibles defensores de la inmortal capital de Aragón. Nubes de humo y de polvo oponían un velo impenetrable a la vista, y ya no podia darse un paso en las calles, obstruidas con montones de escombros, de cadáveres humanos y de bestias (…)».
El impacto que causó en la ciudad el incendio del Palacio de la Diputación debió de ser muy grande, pues también lo acusaron los militares sitiadores que, aunque más parcos, recogen igualmente lo sucedido.
Daudevard de Ferussac, después de una somera descripción del palacio, añade lacónico: “Pero este hermoso edificio ha sido quemado casi por completo”.
El barón Louis François Lejeune anotó en su crónica de los Sitios de Zaragoza, publicada en 1840, que “en esta misma noche del 26 al 27 de enero [de 1809] nuestro bombardeo fue desastroso para la ciudad. Nuestras bombas causaron el incendio en varios lugares. La chancillería del palacio de Justicia fue reducida a cenizas”.
Santiago Salord Comella, que fue el primero en abordar la historia y construcción del edificio, insiste en que “el Palacio de la Diputación quedó destruído por un incendio en los últimos días del mes de enero de 1809”. Salord se afana incluso en encontrar una explicación para tamaña furia destructora: “El ladrillo, la madera y el yeso fueron los materiales principales que se usaron en la construcción y decoración de este edificio; de no haber sido usada en abundancia la madera, juntamente con el ladrillo y el yeso, para sustituir a la piedra, que tenía que transportarse de lugares no cercanos, no se comprende que en 1809 el Palacio de la Diputación quedara reducido a escombros e imposibilitado para seguir desempeñando sus funciones”.
Siguiendo a Salord, Ángel Canellas también cita la abundancia de madera cuando explica el final del palacio:
«El magnífico edificio, obra de ladrillo, yeso y abundante madera, desaparecería en voraz incendio los últimos días de enero de 1809, durante la defensa heroica de Zaragoza ante el asedio y ataque napoleónico”.
Diego Navarro Bonilla también considera que “la ruina del edificio fue total” y se suma a la tesis sobre la importancia de la abundancia de madera: “Finalmente, los artilleros franceses alcanzaron de lleno el palacio y comenzó así el incendio de todas sus dependencias. El hecho de que en su construcción se hubiese empleado gran cantidad de madera favoreció que en poco tiempo el palacio se consumiese pasto de las llamas”.
A través de este repaso a lo dicho por los historiadores sobre la destrucción del Palacio de la Diputación del Reino comprobamos la creación colectiva de una explicación que se ha contentado con culpar al ejército francés de la completa destrucción del edificio, que se considera total y, además, sustanciada en un mínimo lapso de tiempo, incluso en un único día. La reducción a “cenizas” o a “escombros” sugiere un panorama posterior de ruina irrecuperable (cuando no de desaparición literal), la desfiguración completa del edificio y la pérdida total de su estructura y de su forma arquitectónica.
Con el traslado de la Audiencia al Palacio de los Luna, el edificio fue abandonado, y ninguna institución se hizo cargo del mantenimiento, y mucho menos se intentó su reconstrucción.
Al contrario, fueron numerosos los vecinos de Zaragoza que aprovecharon sus materiales para utilizarlos en nuevas obras, y el propio Arzobispado de Zaragoza inició movimientos para quedarse con el solar y expandir sus propiedades desde el palacio arzobispal.
Parte del palacio también se convirtió en viviendas, habitadas hasta 1828.
En 1830, el palacio y su solar fue cedido al arzobispado de Zaragoza, derruyendo los restos del edificio para construir el actual Seminario Conciliar.
En 1845 también se derribaron los restos de la iglesia de San Juan del Puente, pasando así a la memoria la historia del edificio que mejor representaba la historia y el espacio de mayor contenido político del viejo Reino de Aragón.
En el proceso de destrucción de los restos del palacio que sobrevivieron al bombardeo francés tan solo tuvieron cierto interés por mantener determinadas piezas el Ayuntamiento de Zaragoza, que salvó dos magníficas piedras armeras (hoy conservadas en el Museo de Zaragoza) antes de la destrucción final del edificio, y la Diputación Provincial, que por sentirse heredera de la Diputación del Reino procuró su protección a los restos del archivo.
No ha interesado hasta ahora la valoración del grado de destrucción del edificio tras el episodio de su incendio el 28 de enero de 1809.
Diversos restos escultóricos procedentes del edificio aparecieron entre las obras de excavación de la plaza de la Seo en 1989.
Además, los cimientos y una parte de las paredes pueden haberse conservado como parte del actual edificio del antiguo Seminario Conciliar (actualmente Casa de la Iglesia).
Solo a partir de la publicación en 1989 de la memoria de Álvarez Gracia y Casabona Sebastián sobre las excavaciones en la plaza de la Seo, algunos investigadores han llamado la atención sobre la posibilidad de que en el solar se conserven todavía restos del Palacio de la Diputación.
En este sentido, Álvarez y Casabona afirman tajantes: “El proceso destructivo que afectó, consecuencia de la Guerra de la Independencia a la antigua Casa de la Diputación del Reino, no acabó con la totalidad del edificio que actualmente conserva restos de su antigua fábrica en lo que fue hasta hace algunos años Seminario Conciliar”.
Los arqueólogos consideran que “dentro del actual edificio es de suponer la existencia de estructuras anteriores, que sólo se podrán desenmascarar mediante un estudio profundo del mismo”, y apostillan en una nota a pie de página que “el edificio reúne, junto a los restos de la fábrica medieval, que indudablemente se conservan, restos de la cloaca y otros vestigios romanos”.
Esbozaron nuevamente la cuestión Chesús Giménez Arbués y Guillén Tomás al indicar, cuando publicaron los planos del palacio en 2006, que el Seminario Conciliar se levantó “en el mismo solar y tal vez aprovechando buena parte de lo que quedó en pie de la Casa de la Diputación».
El arquitecto director de los trabajos, Javier Borobio, afirmó que “[del Palacio de la Diputación del Reino] lamentablemente no ha quedado prácticamente nada. Hemos hecho catas en el subsuelo y en vertical, y lo que nos hemos encontrado es que el palacio fue destruido casi por completo en los Sitios”. Chesús Giménez Arbués manifestó que “también estamos convencidos de que el perímetro del edifico que hoy vemos no coincide exactamente con el del Palacio de la Diputación».