Benito Pérez Galdós (Las Palmas de Gran Canaria, 1843 – Madrid, 1920) hizo todo lo posible por ser un hombre sin biografía. Leopoldo Alas ‘Clarín’ puso en duda que el escritor canario no tuviera más historia que la de sus creaciones artísticas: “Sí las tendrá. Pero las tiene bajo siete llaves”.
Algo que sí sabemos de Pérez Galdós es que estuvo muchas veces en Aragón y en Zaragoza.
Escribió: ‘Me llama mucho Zaragoza, ciudad que tiene el primer lugar en mis afectos. Por ella y por todo Aragón tengo verdadera idolatría’. Si seguimos la huella de sus vínculos, vemos que la frase es muy exacta.
Su primera visita, como joven periodista del diario madrileño ‘La Nación’, fue en 1868. Entonces dibujaba y ensayó dibujos del natural de La Seo, el Pilar, el Seminario de San Carlos, la Puerta del Carmen, etc.
Galdós frecuentaba restaurantes, tabernas y merenderos populares, recopilando anécdotas. Escuchaba al hombre de la calle, al burgués autocomplaciente o al funcionario con miedo a ser cesado y prestaba atención a los giros lingüísticos de la germanía.
Muy observador y atento al murmullo social, Galdós tenía condiciones inmejorables para desarrollar una literatura realista.
Galdós era feliz en Zaragoza. Solía acudir al bar La Reja, donde coincidía con amigos como el jotero El Royo del Rabal o el torero Lagartijo.
De aquella visita nacería la novela ‘Zaragoza’ de los ‘Episodios Nacionales’. El libro apareció en 1874.
El éxito de los ‘Episodios Nacionales’ lo convirtió en un autor famoso. Encadenó un libro tras otro. No descuidó la novela. Tras ‘La Fontana de Oro’, aparecieron ‘Doña Perfecta’, ‘Gloria’, ‘Marianela’ y ‘La familia de León Roch’.
A pesar del éxito, sufrió problemas económicos. En la España de entonces, ningún libro pasaba de los 3.000 ejemplares.
En 1886 apareció la primera parte de ‘Fortunata y Jacinta’, obteniendo un gran éxito. La segunda parte será recibida con el mismo entusiasmo.
En 1888 Benito Pérez Galdós visitó el valle de Ansó, donde ubicó su drama ‘Los condenados’, que se estrenaría en el Teatro Principal de Zaragoza en 1896. Dos de las actrices iban vestidas de ansotanas.
Años después, en 1908, se estrenaría su ópera ‘Zaragoza’, en la que sonó ‘La jota de los Sitios’. Para el estreno, Pérez Galdós acudió a Zaragoza acompañado por Ortega Munilla, director de ‘El Imparcial’ y con un joven Ortega y Gasset.
Galdós se hospedó en el hotel Europa, que se encontraba en el solar del actual Banco de España, y la gente lo aclamó y le pidió que saliese al balcón. Lo hizo.
Galdós captó la intrahistoria de nuestro país en sus ‘Episodios Nacionales’ y demostró un fino oído para reproducir las distintas voces de la sociedad de su tiempo.
María Zambrano afirmó que ‘Misericordia‘ era la mejor novela española después del ‘Quijote‘. Azorín aseguró que la obra de Galdós ‘ha revelado España a los españoles’.
Galdós le dedicó a Aragón varios textos, dos capítulos de sus ‘Episodios nacionales’, ‘Zaragoza’ y parte de ‘Napoleón en Chamartín’, y adaptó para la ópera su novela ‘Zaragoza’ con música de Arturo Lapuerta.
La lectura de los ‘Episodios Nacionales’ de Pérez Galdós es como un viaje al pasado por los lugares más céntricos de Zaragoza.
Os invitamos a dar un paseo por las calles y callejones de Zaragoza que fueron testigo de los dos sitios a la ciudad y que Pérez Galdós retrató en sus ‘Episodios Nacionales’.
La Muralla de los Sitios, punto comprendido entre el actual paseo de la Mina y las calles de Asalto y del Heroísmo, fue considerado por Napoleón como el más débil de la defensa zaragozana durante los sitios de 1808 y 1809.
Aquellos que lucharon por Zaragoza se ayudaron esta imponente muralla, que sufrió numerosos intentos de derribo y un sinfín de escaladas por parte de las tropas francesas para tratar de entrar en la ciudad.
Aún quedan restos de la muralla en el paseo de la Mina, en ocasiones integrada perfectamente con los edificios que se han ido construyendo en la zona, como es el caso de números 55-63, donde, en la parte interna, se pueden apreciar restos de lo que fueron los polvorines y el paseo de ronda.
Sobre esta muralla estuvo la batería Palafox, donde cayó el coronel Antonio Sangenís; el lugar exacto está marcado por una placa, y otra alaba las virtudes del ejército que allí luchó.
En el volumen de los ‘Episodios Nacionales’ dedicado a Zaragoza, Benito Pérez Galdós escribió:
‘Mientras los morteros situados al Mediodía arrojaban bombas en el centro de la ciudad, los cañones de la línea oriental dispararon con bala rasa sobre la débil tapia de las Mónicas y las fortificaciones de tierra y ladrillo del Molino de aceite y de la batería de Palafox. Bien pronto abrieron tres grandes brechas, y el asalto era inminente. Apoyábanse en el molino de Goicoechea, que tomaron el día anterior, después de ser abandonado e incendiado por los nuestros. Seguras del triunfo, las masas de infantería recorrían el campo, ordenándose para asaltarnos. Mi batallón ocupaba una casa de la calle de Pabostre (la calle del Pabostre es la actual Manuela Sancho, heroína que fue herida en la defensa de dicha calle), cuya pared había sido en toda su extensión aspillerada. Muchos paisanos y compañías de varios regimientos aguardaban en la cortina, llenos de furor y sin que les arredrara la probabilidad de una muerte segura, con tal de escarmentar al enemigo en su impetuoso avance’.
El paseo de la Mina lleva este nombre porque fue el lugar en el que los franceses colocaron una mina que que consiguió volar el iglesia de los Santos Mártires además de otros muchos edificios cercanos.
La calle Heroísmo (llamada así desde entonces, pues era denominada calle Quemada por la puerta homónima a la que conducía), ya que daba a parar a esta puerta de entrada a la ciudad. Su nombre es un recordatorio de los actos intrépidos y valientes que realizaron los defensores de la ciudad.
La calle en honor a Manuela Sancho se llamaba Pabostre. Durante los Sitios de Zaragoza, en esta calle se combatió casa por casa, habitación por habitación, mediante fusiles, bayonetas, palas y minas. Benito Pérez Galdós escribió:
Los Generales Franceses se llevaban las manos a la cabeza, diciendo: ‘Esto no se parece en nada a lo que hemos visto’. En los gloriosos anales del Imperio se encuentran muchos partes como éste: ‘Hemos entrado en Spandau; mañana estaremos en Berlín’. Lo que aún no se había escrito era lo siguiente: ‘Después de dos días y dos noches de combate hemos tomado la casa número 1 de la calle de Pabostre: Ignoramos cuando se podrá tomar el número 2′.
Manuela Sancho se distinguió durante los dos sitios como proveedora de agua y alimentos en un primer momento, y como artillera junto al convento de San José ya en 1809. Sus restos descansan en la cripta de la iglesia del Portillo junto a los de Casta Álvarez y Agustina de Aragón.
La calle y plaza de San Agustín siguen teniendo el mismo nombre, aunque tras las batallas, solo la fachada del convento sigue en pie, en la que, incluso tras su restauración y conversión en el actual Centro de Historias, pueden verse los impactos de artillería que recibió.
En los ‘Episodios Nacionales’, Benito Pérez Galdós escribió:
‘Dos de los edificios religiosos del Arrabal, San Agustín y las Mónicas, eran verdaderas fortalezas. La tapia había sido reedificada y reforzada; las baterías se enlazaban unas con otras, y nuestros ingenieros habían calculado hábilmente las posiciones y el alcance de las obras enemigas para acomodar a ellas las defensivas. Dos puntos avanzados tenía la línea, y eran el molino de Goicoechea y una casa, que por pertenecer a un D. Victoriano González, ha quedado en la historia con el nombre de Casa de González. Recorriendo dicha línea desde Puerta Quemada, se encontraba, primero, la batería de Palafox, luego, el Molino de la ciudad; luego las eras de San Agustín, en seguida el molino de Goicoechea, colocado fuera del recinto, después la tapia de la huerta de las Mónicas, y a continuación, las de San Agustín; más adelante una gran batería y la casa de González. Esto es todo lo que recuerdo de las Tenerías. Había por allí un sitio que llamaban el Sepulcro, por la proximidad de una iglesia de este nombre. Al Arrabal entero, mejor que a una parte de él, cuadraba entonces el nombre de sepulcro’.
Por su parte, la calle del Cuatro de Agosto, denominada del Peso anteriormente, recuerda una de las jornadas más sangrientas y tediosas que se desarrollaron durante el segundo sitio a la ciudad.
En la actualidad, es una de las calles más transitadas de la zona de El Tubo de Zaragoza, especialmente desde la apertura de Puerta Cinegia y su conexión directa con la plaza de España.
Así lo contó Pérez Galdós:
‘El 4 de Agosto las bombas y las granadas llovían; pero los patriotas no les hacían más caso que si fueran gotas de agua. Las casas temblaban y todo esto que estamos viendo parecía un barrio de naipes, según la prontitud con que se incendiaba y se desmoronaba. Fuego en las ventanas, fuego arriba, fuego abajo: los franceses caían como moscas, señores, y a los zaragozanos lo mismo les daba morir que nada. Don Antonio Quadros embocó por allí, y cuando miró a las baterías francesas, se las quería comer. Los bandidos tenían sesenta cañones echando fuego sobre estas paredes. ¿Ustés no lo vieron? Pues yo sí, y los pedazos del ladrillo de las tapias y la tierra de los parapetos salpicaban como miajas de un bollo. Pero los muertos servían de parapeto, y muertos arriba, muertos abajo, aquello era una montaña. Don Antonio Quadros echaba llamas por los ojos. Los muchachos hacían fuego sin parar; su alma era toda balas, ¿ustés no lo vieron? Pues yo sí, y las baterías francesas se quedaban limpias de artilleros’.