Visitar Zaragoza y no pasear por la Plaza del Pilar, sería como visitar París y no ver la Torre Eiffel.
Recorrer esta mítica plaza es actividad obligada en Zaragoza y una experiencia que no te puedes perder. Ningún viaje a Zaragoza está completo sin un paseo por la Plaza del Pilar.
Es el símbolo más universal de una ciudad con veinte siglos de historia.
Además de concentrar importantes edificios relacionados con la vida civil, cultural y religiosa de la ciudad, es su principal foco turístico y el epicentro de la mayor parte de las festividades que se celebran en Zaragoza, desde San Valero, patrón de la ciudad, a las Fiestas del Pilar o la Navidad.
La Plaza del Pilar es un gran teatro al aire libre donde miles de vecinos acuden a diario a saludarse, debatir o tomar algo y una oportunidad única para contemplar la vida de la ciudad desarrollarse ante tus ojos.
Se tiene constancia de la existencia de la Plaza del Pilar desde el siglo XVI. Entonces era mucho más pequeña que en la actualidad. Sin embargo antes de ser una plaza de encuentro entre los zaragozanos, esta ubicación fue un cementerio. Fue en la Edad Media y ha quedado reflejado en un documento que data del siglo XIV.
La enorme Plaza de Nuestra Señora del Pilar o simplemente Plaza del Pilar fue concebida en los años 30, cuando el arquitecto municipal Regino Borobio, amplió la superficie del viejo fosal de Santa María -la antigua plaza que comprendía únicamente el espacio situado delante del templo del Pilar- al unir las plazas de Huesca, del Pilar y de la Seo, derribando las edificaciones que existían entre ellas.
La plaza del Pilar que hoy conocemos luce como tal desde 1991. Fue entonces cuando el arquitecto Ricardo Usón concluyó el proyecto que dotó de un nuevo aspecto a este popular espacio, dejando atrás las estampas de coches circulando por su entorno o aparcados en las proximidades de la basílica. Los jardines existentes también desaparecieron y dieron paso a una gran explanada que conectó visualmente la Seo con la iglesia de San Juan de los Panetes.
Las modificaciones a introducir se limitaron a una reordenación del espacio, desterrando el concepto de avenida que pudo tener en un principio y acercándolo al de plaza, convirtiéndolo en el ‘salón’ o ‘tarjeta de presentación’ de la ciudad.
Se proyectó una plaza de arquitectura dura, es decir, sin zonas verdes y sin apenas elementos en el centro que impidan contemplar en su totalidad.
Un conjunto enorme, tanto que se iba a convertir en la segunda plaza peatonal más grande de Europa (por detrás de la Plaza Roja de Moscú).
La cierran en sus dos extremos dos grandes fuentes: la de la Hispanidad y la de Goya. Y por si no fuera lo suficientemente amplia, la prolongan la plaza de César Augusto, con la iglesia de San Juan de los Panetes y las Murallas romanas, y la Plaza de la Seo con la Catedral del Salvador y el Museo del Foro Romano.
La plaza está rodeada de algunos edificios grises y funcionales levantados a finales de los años 40.
En el número 13 se encuentra el edificio de la Delegación del Gobierno, un proyecto de los arquitectos zaragozanos Regino y José Borobio que se construyó entre 1949 y 1958. La sobriedad de su exterior contrasta con su interior, donde destaca la escalera de mármol, que trepa por un patio interior, y unos grandes vitrales decorados con figuras alegóricas.
Al lado de la Delegación se encuentra el único tramo construido de la prolongación del paseo de la Independencia hasta el Pilar y la Seo. A comienzos del siglo XX se presentó una polémica iniciativa que pretendía extender el paseo hasta el Ebro, eliminando varias manzanas de casas, entre ellas las del Tubo, con el fin de llegar a orillas del río.
En 1909, el alcalde Antonio Fleta convocó un concurso para la presentación de proyectos para abrir una nueva calle que se convirtiese en la prolongación de Independencia hasta la plaza del Pilar, una idea que se retomó en varias ocasiones. La última, en 1969.
Tampoco faltan los hitos monumentales: por supuesto la impresionante Basílica del Pilar, el Ayuntamiento y la Lonja.
La Basílica del Pilar es el edificio más representativo de Zaragoza, el templo barroco más grande de España, uno de los centros de peregrinación más importantes del país y un centro artístico de primer orden que reúne obras de gran valor de diferentes épocas, especialmente los frescos pintados por Francisco de Goya.
En el Pilar se conserva la columna (o pilar) que la Virgen María, la noche del 2 de enero del año 40, entregó al apóstol Santiago cuando éste se encontraba a orillas del río Ebro convirtiendo a los primeros cristianos.
Según la tradición, la Virgen en vida vino a Zaragoza desde Palestina a confortar y animar al apóstol en su empresa y al entregarle la columna le pidió que sobre ella levantase una capilla en la que se venerase su imagen.
Entre el Pilar y la Lonja se halla el edificio de la Casa Consistorial (sede del Ayuntamiento de Zaragoza). El alcalde Luis Gómez Laguna fue el impulsor de que el 6 de septiembre de 1965 la nueva casa consistorial abriera sus puertas en el número 18 de la Plaza del Pilar.
Con corazón palaciego, esqueleto de oficinas y piel renacentista se podría definir el edificio concebido en 1941 en la mente de Alberto de Acha, Mariano Nasarre y Ricardo Magdalena Gayán. Los tres ganaron el concurso internacional de ideas que abrió el camino a lo que hoy se percibe como un diseño funcional y solemne. La fachada hacia la plaza está flanqueada por las estatuas del Ángel de la Ciudad y San Valero realizadas por el escultor Pablo Serrano.
En la plaza del Pilar tampoco podemos dejar de visitar el palacio de La Lonja, un edificio construido en la época de mayor esplendor de la ciudad para acoger las transacciones comerciales de los mercaderes zaragozanos.
La Lonja representa uno de los mejores ejemplos de la arquitectura renacentista y está considerado el edificio civil más importante del siglo XVI en Aragón. Se trata del edificio plenamente renacentista más importante de Aragón.
También fue el primero en adoptar este estilo, con influencia del palacio florentino del quattrocento italiano, aunque con los matices del Mudéjar que podemos observar en la decoración de retratos de yeso policromado.
¿Paseas con niños? Perfecto. Tras la Lonja puedes hacerles una foto de lo más vintage. «Retrátalos» cabalgando sobre el caballito de bronce que hay en esa replaceta.
El caballito de la Lonja homenajea al fotógrafo minutero Ángel Cordero, que en 1925 se instaló en la plaza que hay detrás de la Lonja para retratar a los niños subidos a su caballito de cartón piedra. Dedicó más de 50 años de su vida a sacar una sonrisa a miles de niños zaragozanos.
Cuando se retiró en 1978, el Ayuntamiento de Zaragoza quiso recordarlo colocando en esa misma ubicación una estatua de bronce de Francisco Rallo, que representara el caballito de cartón, para que pequeños y mayores pudieran seguir haciéndose fotos con el.
A principios del siglo XVI se construyó en la calle Santo Dominguito de Val la casa palaciega de los Salabert-Sora. El palacio sobrevivió hasta el año 1936, año en el que fue derribado para abrir San Vicente de Paúl. La construcción de esta calle se llevó por delante más de 150 edificios –que ocupaban casi 30.000 metros cuadrados– y una veintena de callejuelas.
Afortunadamente se salvó la portada, trasladada piedra a piedra hasta el convento de las Hijas de la Caridad de Santa Ana, un edificio realizado en 1941 por los hermanos José y Regino Borobio frente a la iglesia de San Juan de los Panetes. En esa construcción de la posguerra se adosó la portada barroca.
En el año 1118 Alfonso I el Batallador reconquistó Zaragoza y la Orden de San Juan de Jerusalén levantó sobre uno de los bastiones romanos San Juan de los Panetes, una iglesia románica, qué según parece ser, fue la primera iglesia cristiana consagrada en la ciudad.
La iglesia que vemos en la actualidad se concluyó en 1725 y sustituyó al edificio primitivo.
La fuente de la Hispanidad representa un mapa de Latinoamérica: en la parte superior izquierda se observa una estría o canal, es la Península del Yucatán y América Central. La cascada representa el norte de Sudamérica y el estanque es el resto del continente hasta Tierra de Fuego.
La Fuente de la Hispanidad se completa con tres bloques prismáticos de diferentes dimensiones de hormigón revestidos de mármol blanco, que evocan las tres carabelas en las que embarcó Cristóbal Colón, y con un globo terráqueo de hormigón en el que aparecen en relieve los otros cuatro continentes. Esta última pieza de escultura pública es obra de Francisco Rallo Lahoz.
En el entorno de la Fuente de la Hispanidad se celebra todos los sábados de 8:30 a 14 h la Muestra Agroecológica de Zaragoza, un punto de encuentro entre las personas productoras en ecológico y de proximidad y la ciudadanía.
Es una cita semanal con la alimentación sana y sostenible con más de 20 puestos donde personas productoras del entorno de Zaragoza ofrecen directamente sus productos ecológicos, hortaliza, fruta, frutos secos, huevos, lácteos, conservas… para llenar tu cesta de la compra.
El monumento a Goya fue concebido por el arquitecto José Beltrán Navarro y el escultor Federico Marés, originalmente como estatua pintoresca con dos hombres y dos mujeres ataviados como majos y majas del siglo XVIII, que inmortalizara Goya en los cartones para tapices. Fue inaugurado el 8 de octubre de 1960.
En 1991 se remodeló la plaza del Pilar, integrando el conjunto escultórico de Goya en una fuente de amplia superficie donde el agua se desplaza sobre placas blancas de gran tamaño y poca altura, según proyecto del arquitecto Ricardo Usón.
Al lado del monumento a Goya se encuentra su Cenotafio. El Cenotafio de la tumba de Goya fue entregado en 1927 a la Junta del Centenario de 1928 por el Ayuntamiento de Burdeos. La Junta lo donó a la ciudad de Zaragoza en 1928 y quedó instalado primero en los jardines del recién inaugurado Rincón de Goya, aunque en 1946 se trasladó a la plaza del Pilar, donde todavía se conserva.
En el centro de la plaza, junto a la Basílica, se sitúan las fuentes de los niños con peces.
Entre los años 1858 y 1868 se realizó la apertura de la calle de Alfonso I, esto traerá consigo la demolición de una serie de casas y palacios que se situaban en la Plaza del Pilar, justo enfrente de la Basílica. El Marqués de Ayerbe, propietario del solar, encargó al arquitecto Fernando de Yarza el diseño de un enorme bloque de viviendas. Fue un edificio único en ese momento, ya que contaba con pisos amplios y luminosos, con agua corriente y ascensores.
Pero realmente la gran novedad de este edificio fue la construcción en su parte inferior de un gran pasaje comercial, el Pasaje del Comercio y de la Industria, más conocido como Pasaje del Ciclón. Siguiendo el estilo de otras galerías comerciales, como la Magna Galería de Victor Manuel en Milán o las Galerías San Hubert de Bruselas.
Dentro del Pasaje del Ciclón se encuentra el Café Botánico, una propuesta original, desenfadada y atractiva de Manu Azcona, que la imaginaban como «una floristería en la que se pueda tomar un café, como si fuera el saloncito de tu casa».
El Botánico es un multiespacio cuya planta calle, mitad cafetería, mitad floristería, ofrece deliciosas tartas caseras (imprescindible la de zanahora y chocolate), minibocadillos, quiches y bizcochos caseros rodeado de plantas aromáticas. En su piso inferior también organizan magníficas exposiciones de la mano de la galería Pilar Ginés, presentaciones de libros y actuaciones en directo.
Justo al lado, se ubica el restaurante El Ciclón. Aquí encontraremos un buen producto y algunas recetas imaginativas pero sobre todo buen producto a precio asequible como los huevos al plato sobre cremoso de patata y parmesano con chistorra, la temporada de verduritas con lima-mayo y romescu, las migas con yema de gallina y espuma de syrah y las gyozas con salsa agripicante y ali-oli de soja y Kimchi y los rotos del Ciclón (con yema trufada, carabinero y trufa kaminada) y unas bravas fenomenales.
Con un interiorismo más cercano a una tienda de ropa exclusiva que a una heladería, en Dino (Plaza del Pilar, 10) podéis encontrar más de 20 sabores de helados, algunos realmente sorprendentes.
Fue fundada en 1978 años por Dino Pavese, quien ha transmitido a las generaciones posteriores la tradición italiana para la elaboración artesanal de helados.
Y eso se nota en la intensidad de los sabores, casi todos tradicionales, y en la cremosidad de sus texturas. Sus productos son de primera calidad, con frutas ecológicas y leche de una cooperativa que les abastece a diario.
En el número 7 se encuentra Tajo Bajo, un restaurante desde el que el chef Rubén Martín quiere transmitir su pasión por la cocina en cada uno de los platos que sirve a sus clientes. La gastada palabra “honestidad” se llena de significado en una carta que no busca marear, basada en la buena materia prima, pero que conoce sus limitaciones.
Aquí encontraremos un buen producto y algunas recetas imaginativas como las alcachofitas fritas con crema de jamón y corteza, el tomate rosa de Barbastro con cebolla encurtida y helado de albahaca o las gyozas de longaniza y almendra.
Justo en el vértice de la Plaza del Pilar y la Calle Alfonso, se aboca la Cafetería Santiago, un icono de la hostelería castiza. La Cafetería Santiago es totalmente ‘old school’ tanto en la decoración como en los platos y raciones que sirven y la actitud de los camareros (que llevan décadas detrás de la barra sirviendo tapas y bocadillos baratos y gin-tonics a buen precio).
Una pequeña cruz sobre el pavimento muestra el lugar exacto de la plaza del Pilar en el que cayó una bomba el 3 de agosto del año 1936.
El zaragozano Eduardo Jimeno Correas grabó en 1896, en plenas Fiestas del Pilar, ‘Salida de misa de doce del Pilar’, la primera película grabada en España. A la historia pasó la escena de la multitudinaria salida de los asistentes a la misa de doce en aquel inolvidable 11 de octubre.
Eso (y muchísimo más) es la Plaza del Pilar: un lugar donde es fácil perderse y sentirte dentro de una aventura, una locura y un remanso de paz, todo depende de donde estés y del momento del día.
Es probablemente el rincón más bello de Zaragoza, y no solo para turistas: los niños de una escuela juegan al aire libre o se sientan a leer bajo los inmensos portales ajenos al trasiego de los visitantes.
Siempre está llena de gente de todas las edades, por lo que es un gran lugar para experimentar la atmósfera incomparable del Casco Histórico.
La atmósfera de la Plaza del Pilar entra en ebullición al llegar el atardecer, cuando las luces de las farolas comienzan a despuntar entre los claroscuros de Zaragoza.