El Paseo de Sagasta es una de las principales avenidas del centro de Zaragoza y se extiende por más de 1 kilómetro desde la Plaza de Paraíso hasta el Paseo Cuéllar.
Su origen está en el camino que iba hacia Torrero desde la Puerta de Santa Engracia cruzando el río Huerva.
Tras la destrucción de los Sitios de 1808 y 1809, la ciudad comenzó a extenderse por el Camino de Torrero.
Zaragoza comenzaba el siglo XIX creciendo y con ganas de progresar, plasmando en sus calles los estilos y tendencias que llegaban desde París o Viena.
Por aquel entonces en el Camino de Torrero sólo había algunas torres de recreo y pequeñas industrias instaladas en los alrededores del río.
Conforme avanzaba el siglo XIX, el crecimiento de Zaragoza era imparable, así que llegó el momento de expandirse y urbanizar toda esta área, más allá del cauce del río Huerva, cuyo cauce entonces discurría sin soterrar.
El actual Paseo Sagasta nació en el año 1900, como resumió el historiador Valeriano Bozal en su libro Historia del arte de España: «del deseo de la burgués de establecer áreas diferenciadas socialmente dentro de Zaragoza».
De hecho, cuando se abrió el bulevar, muy del gusto francés en la época, se convirtió en el lugar preferido de la burguesía zaragozana para construir sus residencias. Surgió un paseo muy ecléctico que conectaba Plaza de Aragón con Torrero, que comenzó a llenarse de edificios y chalets de diferentes estilos, entre los que destacaba el modernismo.
Muchos de aquellos edificios han sucumbido al paso del tiempo, víctimas de la especulación, del mal entendido desarrollismo y de una ciudad que prefería el ladrillo moderno a la belleza de la arquitectura con mayúsculas, pero aún hoy tenemos excelentes testimonios de lo que pudo ser antaño.
El Paseo de Sagasta ha tenido varios nombres a lo largo de su historia. Tradicionalmente, y hasta que se urbanizó, se denominó Camino de Torrero, por ser la vía que comunicaba el centro de Zaragoza, con el barrio de Torrero.
A principios del siglo XX se llamó Paseo de Sagasta hasta que, tras la Guerra Civil, pasó a denominarse Paseo del General Mola. Tras el restablecimiento de la democracia, el paseo volvió a recuperar su antiguo nombre, Paseo de Sagasta.
Práxedes Mateo Sagasta (1825–1903) fue un ingeniero reconvertido en político que alcanzó el cargo de Presidente del Consejo de Ministros en diversas ocasiones. Un desempeño en el que demostró sus tremendas dotes para la oratoria.
Sagasta es un bulevar burgués y elegante, repleto de comercios que van desde mercados, restaurantes y bares de exuberante ambiente musical hasta ferias de artesanos, farmacias, tiendas de suvenires, librerías, bibliotecas, centros culturales y museos.
A veces uno no se dirige precisamente a Sagasta, a veces uno va para otro lado, a otra plaza, a otra gestión, a veces por ahí se hace más lejos pero igual uno toma Sagasta, como si fuera un recorrido obligatorio o una suerte de apremio por llenarse de la vida que recorre ese paseo de un extremo a otro.
Los árboles del Paseo de Sagasta forman una capilla sixtina, crecen en dos filas paralelas convirtiendo el paseo en una lengua de sombra –que tanto se agradece en agosto- un rastro custodiado por ese verde que crece a uno y otro lado extendiendo sus ramas cual brazos largos que, al encontrarse, se tocan con la punta de un dedo.
Posee una rambla central por donde caminan a diario miles de transeúntes; niñas, niños y adolescentes montan patines, corren y saltan la cuerda; los enamorados se dan cita; ancianos se sientan a conversar, leer el periódico o distraerse con juegos de mesa a la sombra de los laureles; grupos de turistas curiosos miran hacia todas partes; artistas y artesanos exponen y venden sus creaciones.
Mientras tanto, lado a lado la vida pasa. Y es que cuando andamos por Sagasta, el tiempo parece detenerse, el aire es más fresco y desaparecen las preocupaciones.
El Paseo Sagasta comenzó a construirse a principios del XX y muy pronto se convirtió en el bulevar preferido por las familias burguesas y aristocráticas zaragozanas para edificar sus mansiones.
En ese periodo Zaragoza era una ciudad moderna, con barrios muy bien delimitados y un centro histórico y unos ensanches donde la nueva burguesía construía sus viviendas. Un periodo de entusiasmo que se reflejó en la imagen de la capital. El modernismo empezó a desarrollarse en Zaragoza en los primeros años de la década de 1900 y duró solo unos diez años.
A la izquierda se levantaron bloques de viviendas de alquiler y de plantas ‘principales’ donde residían los propietarios y a la derecha, pequeños hoteles y chalés modernistas.
El Paseo de Sagasta se convirtió en un conjunto modernista, con la Casa Juncosa (número 11), diseñada por José de Yarza Echenique; la Casa Retuerta (número 13) de Juan Francisco Gómez Pulido proyectada en 1904; la Casa de Manuel López Florez (número 17) de 1903 del arquitecto Félix Navarro Pérez, la Casa Corsini (número 19) del año 1904, también de Juan Francisco Gómez Pulido; y la Casa Palao (número 76) del año 1912 diseñada por Miguel Ángel Navarro.
En esta época también se ubicaron en esta zona dos importantes centros educativos: el Colegio del Salvador de los Jesuitas y el Colegio del Sagrado Corazón.
Desde su inauguración en 1944, el Cine Elíseos (números 2-4) fue uno de los locales de ocio más lujosos de la capital aragonesa gracias al eclecticismo clasicista de su decoración. Cerró en agosto de 2014, en principio para adaptar el sistema de proyección a las nuevas tendencias, pero nunca más volvió a la vida.
En 2021, el amplio local fue cuidadosamente restaurado y convertido en un McDonald’s.
A escasos metros del Cine Elíseos, en el número 12, abrió sus puertas el 16 de Febrero de 1967 el Cine Mola. Proyectó iconos del cine como La Misión o Pulp Fiction hasta 2005, antes de convertirse en un 100 Montaditos.
A su lado, en el número 6 todavía hay otro edificio modernista de 1903, casi coetáneo a la apertura del paseo. Aunque en su parte superior, hace un tiempo se le añadió una fachada de vidrio para recrecerlo.
El Corte Inglés está situado en el número 3, la zona más bulliciosa de Sagasta. Popular y práctico, este centro comercial tiene muy claro que su clientela no esta dispuesta a desembolsar cifras astronómicas pero exige la mayor calidad.
Frente al Corte Inglés, en la Glorieta de Sasera, se encuentran dos cañones, conocidos como Tigre y Rayo. Se colocaron en 1909 junto a un obelisco conmemorativo en recuerdo del Reducto del Pilar, una construcción defensiva alzada por los zaragozanos tras el primer sitio francés y que se empleó en el segundo hasta que fue tomado por los franceses.
Nuestra próxima parada es la escultura “La Siesta”. En las calles y suelos de Zaragoza nos encontramos con numerosas esculturas. Pequeñas piezas de gran calidad artística que mejor podrían contemplarse y conservarse en un museo.
Un buen ejemplo, bien conservado y arropado por la hiedra que lo envuelve, discreto en sus pretensiones pero que embellece un lugar de paso muy concurrido entre el Paseo de Sagasta y la Plaza de Paraiso es el cuerpo tallado de una mujer echando la siesta que el artista turolense Enrique Galcerá esculpió hacia 1960.
Sobre una base lisa rectangular podemos contemplar la figura de una joven campesina reposando su cabeza sobre un haz de espigas de trigo. Está durmiendo tranquilamente, quizás tras un largo día segando en el campo.
Un poco más adelante, en el número 5, está Los Espumosos, un acogedor espacio cervecero, donde podréis tomaros una cerveza bien fresquita mientras disfrutáis de una ensaladilla rusa o unas bravas. Una delicia.
En el vértice de la Calle Lagasca y el Paseo de Sagasta se ubica la antigua clínica del Doctor Lozano (1903), una casa con mucha historia, no solo por haber sido centro médico de referencia durante décadas, sino por su gran belleza arquitectónica.
En 1936 se construyó en el número 24 el edificio de la Confederación Hidrográfica del Ebro obra de Regino Borobio y José Borobio. Es una obra que sigue los postulados del racionalismo arquitectónico, y que destaca por la rotundidad de su volumetría e integración en el entorno y por su planteamiento funcional y constructivo.
En 1903 el arquitecto Julio Bravo y Folch proyectó el convento e iglesia para las Siervas de María. El edificio se construyó en una amplia parcela en origen prácticamente triangular con pequeña fachada al Paseo de Sagasta, jardines y huerta que ocupaba buena parte del centro de la manzana.
La fachada recayente al Paseo de Sagasta está construida totalmente de ladrillo visto, y tiene una composición simétrica, con un cuerpo central flanqueado por dos torres de escasa altura, siguiendo planteamientos formales de un románico simplificado.
En el número 37 se ubica la Casa Ginés, cuya fachada se inspira en la arquitectura ecléctica de la Sezession vienesa. La clausura de la Exposición Hispano-Francesa de 1908 vino a suponer la culminación del éxito de la arquitectura modernista en Zaragoza y, en cierta manera, el inicio de su agotamiento. Este edificio de viviendas proyectado por Antonio Palacios para Gregorio Ginés en 1910 es uno de los ejemplos más interesantes de este momento de renovación arquitectónica en la ciudad.
Antonio Palacios apostó por una arquitectura ecléctica en la que conviven detalles próximos al naturalismo art-nouveau con toques vieneses y, sobre todo, elementos de origen clasicista. Todo ello inspirado en la gran arquitectura francesa de cambio de siglo.
Más adelante, en el número 43, se halla el antiguo ‘Edificio de Riegos y Vías’ proyectado por Pascual Bravo en 1925. La principal aportación de Pascual Bravo está en el diseño de la fachada, en la que ya se aprecia su preferencia por las líneas clasicistas, de gran empaque aunque, por supuesto, depuradas. Esta forma “moderna” de recuperar lo clásico es algo que perdurará en la trayectoria de Bravo.
Al final del Paseo Sagasta, junto al Paseo de Cuéllar, está situado el bonito Parque Pignatelli, un desconocido para muchos zaragozanos. El parque tiene más de uvn centenar de especies vegetales, muchas de ellas plantadas en el siglo XIX, por lo que es uno de los más antiguos y encantadores de Zaragoza.
Se extiende en paralelo a Cuéllar hasta la iglesia de San Antonio, en lo que fueron viveros del Canal Imperial de Aragón, que se unían, con un paseo, al Puerto de Miraflores y a las llamadas Playas de Torrero.
Aquí llegaban las embarcaciones con pasajeros hasta la mitad del siglo XIX y las hortalizas y materias primas hasta la mitad del siglo XX. Desde ese punto, los tranvías, de mulas primero y electrificados más tarde, las bajaban al centro de la ciudad.
Eso (y muchísimo más) es Sagasta: un lugar donde es fácil perderse y sentirte dentro de una aventura, una locura y un remanso de paz, todo depende de donde estés y del momento del día.