En pleno corazón de Zaragoza, una calle nos invita a adentrarnos en la parte antigua de la ciudad y a conocer muchos de sus secretos, mientras propone un sugerente diálogo con el presente.
Don Jaime tiene una longitud de 570 metros, comienza en el Coso y termina en el paseo Echegaray y Caballero, frente al río Ebro y al puente de Piedra.
Fue en origen uno de los ejes principales de la antigua ciudad romana de Caesaraugusta. Perdurable a través de los siglos, se extiende de Norte a Sur atravesando, lo que es ahora, el casco histórico de Zaragoza.
Una calle de gran tránsito y con un importante carácter comercial desde sus inicios. La calle Don Jaime I fue el camino natural de entrada a la ciudad, a través del puente de piedra y arteria de conexión del barrio del Arrabal con el centro.
Se trata de un recorrido bullicioso donde vienen y van turistas y lugareños, más que mirando escaparates, mirándose y dejándose ver, parados en una esquina, sentados en un poyete comiendo pizza o un helado mientras suena la música de algún grupo ambulante.
Es uno de esos lugares del pasado en medio de la ciudad que parece mentira que hayan sobrevivido a los envites del progreso. Las edificaciones no tienen más de tres o cuatro alturas, las suficientes para resguardar de la luz del sol a casi cualquier hora del día.
Distinguen por sus altos puntales y los balcones que sobresalen sobre la acera. Por lo general, carecen de portales y llenan casi todo el espacio alrededor de la vía, en marcado reflejo de la arquitectura ecléctica y la gran densidad poblacional de la zona. A ratos, algún pequeño árbol acompaña nuestro trayecto.
Los balcones se asoman a la calle, como queriendo ser parte de todo cuanto ocurre y, dividiéndolos, están los guardavecinos, esas rejas con los más caprichosos diseños que tipifican los barrios y marcan los pequeños límites perimetrales entre viviendas contiguas. El ir y venir de la gente forma parte del entorno visual y acústico.
Cronistas nacionales y extranjeros de todas las épocas han descrito a la calle Don Jaime desde su surgimiento como «una de las calles más animadas de Zaragoza». El constante ir y venir bullicioso de la gente ha estado justificado por su cercanía al Pilar y la presencia de farmacias, casas de modas, sastrerías, dulcerías, cafés, bares, bazares, billares, librerías, joyerías, centros de belleza y tiendas de toda índole. Su posicionamiento como corredor comercial le llevó a ser pionera en el alumbrado público de la ciudad.
En la calle Don Jaime aun hoy se mantiene esa tradición y funciona atestada de establecimientos minoristas que se recorren con la tranquilidad y naturalidad de un paseo.
La calle está repleta de casas que en su momento sirvieron como residencia a las principales familias de la burguesía zaragozana.
Las fachadas y soportales arcados que la circundan son, gracias al poderío de estas familias, un gran muestrario de los estilos constructivos de cada época.
Es uno de los sitios arquitectónicamente más eclécticos de Zaragoza, donde el Barroco convive en armonía y complementariedad al lado del Modernismo inspirado en Antoni Gaudí.
A finales del siglo XIX y principios del XX la calle vio la adición de edificios de viviendas y comerciales más altos, que desafortunadamente no mantuvieron la coherencia arquitectónica original.
Durante el siglo XX llegó a tener hasta tres carriles de circulación y en la actualidad es una vía pacificada de acceso restringido para transporte público, en alguno de sus tramos.
Caminando por la calle Don Jaime, uno se encuentra de repente inmerso en lo que podría equivaler a la típica calle comercial de cualquier pequeña ciudad, con la particularidad de que la más humilde de las tiendas puede ser una espectacular obra arquitectónica con detalles modernistas o preciosas tipografías antiguas.
Al darle el sol, en pleno mediodía, se hace más difícil recorrerla también por tanta gente como viene hurgando en esos, sus ofrecimientos de calle comercial.
Además es una de las calles más antiguas y tradicionalmente ha sido de las importantes de la ciudad. Ha sido testigo presencial de la historia de la ciudad, desde que era un camino de intramuros hasta hoy que la muralla sobrevive en pequeños trozos considerados monumentos. En los tiempos de la Caesaraugusta romana por su recorrido circulaba el Cardus Maximus (Cardo Máximo) que era junto con el Decumanus Maximus (Decumano Máximo), una de las dos calles principales de la ciudad.
En torno a esta calle se situaron los principales elementos urbanísticos de una ciudad romana: El Foro, que se encontraba donde actualmente está la plaza de La Seo; las Termas, bajo la actual calle San Juan y San Pedro; o el Teatro, frente a la plaza San Pedro Nolasco.
La calle Don Jaime marcaba la frontera oeste de la judería medieval de Zaragoza. La calle Don Jaime está dedicada al rey Jaime I el Conquistador, rey de Aragón y Cataluña y conquistador de Valencia y Mallorca. A esta calle también se le denomina San Gil, por ser este su antiguo nombre.
Hasta el siglo XVIII, la parte más cercana al Coso no tenía salida y la calle estaba dividida en diferentes trechos.
Hasta mediados del siglo XIX era un conglomerado de calles angostas que desembocaban en la Puerta del Ángel. Situada entre el Palacio Arzobispal, donde aún se puede ver un retranqueo en el muro, y La Lonja, fue considerada durante siglos la entrada principal de Zaragoza, por la que accedían los viajeros que llegaban del Norte y de Cataluña. Durante los Sitios de Zaragoza sufrió graves daños a causa de los bombardeos franceses y fue demolida en 1821.
En 1861, el Ayuntamiento de Zaragoza decidió dar a la calle Don Jaime una alineación uniforme, definida por el arquitecto municipal José de Yarza en el plano geométrico que redactó para la ciudad.
Para ello hubo que derribar varios edificios e, incluso, una bellísima iglesia mudéjar que estaba dedicada a San Pedro.
Al comienzo de la calle se encuentran las taquillas del Teatro Principal. El Principal tiene un gran valor simbólico para Zaragoza; es el teatro que permanece en activo más antiguo, relevante y querido de la ciudad, testigo mudo de los acontecimientos y cambios experimentados por la sociedad zaragozana desde su inauguración en 1799 hasta nuestros días.
Aldo (Don Jaime 9) es posiblemente una de las mejores heladerías italianas de la ciudad. Sus helados son fantásticos, sean los sabores clásicos -hasta 20 de diferentes- o inventos que dosifican a cuentagotas. Los sabores que triunfan son los tradicionales. Limón, fresa, menta, dulce de leche, frutas tropicales, stracciatella, yogur con amarena o trufa. Todos sus productos, incluidos los granizados, están elaborados con ingredientes naturales.
Además de los paseos de la gente abrigada por las calles y la caída de las hojas ocres sobre el suelo húmedo, una de las estampas más típicas que marcan el comienzo del otoño en la calle Don Jaime son las largas colas frente a Lotería del Rosario (Don Jaime 11), que lleva más de 150 años dando premios y alegrías.
En el número 13 se encuentra la Iglesia de San Gil, una de las primeras fundadas tras la reconquista de Zaragoza en 1118. Probablemente se levantó sobre vestigios de otras anteriores que podrían remontarse hasta el siglo IV. Está situada en el centro de la ciudad, en una de las calles más importantes del trazado histórico.
Como ocurrió con la mayoría de iglesias románicas de Zaragoza, el edificio original tuvo que ser sustituido por otro más amplio ante el aumento de la población. En la segunda mitad del siglo XIV se construyó la actual iglesia, que sigue el prototipo de iglesia-fortaleza característico del mudéjar aragonés de esta época.
La sacristía construida entre 1776 y 1779, también es destacable dentro del edificio al poseer una bóveda decorada con un fresco del pintor Ramón Bayeu.
En el número 20 se sitúa desde 1882 La Alicantina, una zapatería de aires elegantes que mantiene los valores artesanales y de tradición y que continúa apostando por la producción local y la máxima calidad. Acceder a su interior es como trasladarse a otra época, gracias a que se ha conservado la elegante estructura de esta tienda que ha mantenido sus escaparates, las lámparas de cristal, o la galería del altillo.
Casi enfrente, en el número 21, se ubica Fantoba, una pastelería familiar fundada en 1856. Su techo es una obra del siglo XIX del reconocido arquitecto Ricardo Magdalena. Generación tras generación se han ganado merecidamente el honor de hacer los dulces artesanos más antiguos de la ciudad.
Especializada en la confitería tradicional, Fantoba produce excelentes hojaldres, turrones, delicados roscones (que se comen el 6 de enero y el día de San Valero), frutas confitadas envueltas en chocolate, trenza, violetas escarchadas y pastelillos de formas perfectas.
En el 28 está Dídola, un local tranquilo para leer un libro o para beberte un batido, un frappé o su auténtica “limorada” mientras revisas Facebook o para hojear sin vergüenza el último número de tu revista favorita de interiorismo. Porque aquí, estáte tranquilo, nadie se pondrá las manos a la cabeza.
La atmósfera es relajada, y el público, moderno, joven y calmado. No es extraño, el Dídola es un centro de desintoxicación infalible cuando habéis tenido sobredosis de oficina: un zumo natural, limonada de la casa o una infusión, si estáis blandos; un pastel casero o uno de sus magníficos sandwiches, si el hambre aprieta.
En el número 34 se encuentra La Flor de Lis. En marzo del 2020, el chef Rubén Martín abrió las puertas de este restaurante desde el que quiere transmitir su pasión por la cocina en cada uno de los platos que sirve a sus clientes. La gastada palabra “honestidad” se llena de significado en una carta que no busca marear, basada en la buena materia prima, pero que conoce sus limitaciones.
Más adelante, una escultura en la Plaza Ariño (visible desde la Calle Don Jaime) recuerda a Eduardo Jimeno Correas, autor de la primera película rodada en España. Fue en Zaragoza, a pocos metros de donde se encuentra el monumento, donde se filmó el 11 de octubre de 1896 ‘Salida de la misa de doce del Pilar’.
La historia del cine comienza el 28 de diciembre de 1895, fecha en la que los hermanos Lumière proyectaron públicamente en Lyon ‘Salida de obreros de una fábrica francesa’ y otras “escenas naturales”, simples filmaciones de eventos reales que asombraban a los espectadores de la época.
Eduardo Jimeno Correas y su padre Eduardo Jimeno Peromarta viajaron en junio de 1896 a la fábrica de los Lumière en Lyon y adquirieron un cinematógrafo, con el objetivo de exhibir películas en Zaragoza.
Desde 1925, “el respeto por el sabor y la metodología tradicional” se ha convertido en la mejor publicidad de Helados Tortosa (Don Jaime 35), local especializado en horchata, helados, gofres y turrones, que también ofrece granizados y batidos de fruta con helado.
Todos sus productos están hechos con ingredientes puros y 100% naturales, como quería el Sr. Tortosa, fundador e impulsor de este establecimiento. Vamos, el paraíso de los amantes de los dulces saludables. Tienen helados como el de tutti fruti, el de donut o el de torrija (todo un éxito).
En Don Jaime se pueden contemplar elegantes edificios, como el de la familia Corralé, en el número 35, en la confluencia con la calle Espoz y Mina. Una señorial edificación del arquitecto Francisco Albiñana, autor también del Centro Mercantil.
En la esquina de la plaza La Seo y la calle Don Jaime se encuentra El Maño, un pequeño establecimiento que lleva décadas endulzando la vida de los zaragozanos a base de adoquines y otros dulces tradicionales.
Aquí también podemos hacernos con un cachirulo, el típico pañuelo a cuadros rojos y negros que identifica a los zaragozanos y sus fiestas. Además ahí es posible adquirir una de esas famosas cintas de la virgen del Pilar que se cuelgan en el espejo retrovisor de los coches.
Al final de la calle se encuentra La Lonja, construida en 1551 a petición de los mercaderes, los ciudadanos y el propio arzobispo Don Hernando de Aragón, para evitar que se realizaran transacciones comerciales en La Seo. En la actualidad, la Lonja está considerada la principal sala de exposiciones de Aragón, y es utilizada para acoger los más destacados y ambiciosos proyectos expositivos de carácter público de la región.
A veces uno no se dirige precisamente a la calle Don Jaime, a veces uno va para otro lado, a otra plaza, a otra gestión, a veces por ahí se hace más lejos pero igual uno toma la calle Don Jaime, como si fuera un recorrido obligatorio o una suerte de apremio por llenarse de la vida que recorre esa calle de un extremo a otro.
Es un lugar muy agradable y alegre en el que sentarse a media tarde a contemplar tranquilamente el bullicio de la mayor arteria comercial y turística de la capital.
Eso (y muchísimo más) es Don Jaime: un lugar donde es fácil perderse y sentirte dentro de una aventura, una locura y un remanso de paz, todo depende de donde estés y del momento del día.
Siempre está llena de gente de todas las edades, por lo que es un gran lugar para experimentar la atmósfera incomparable del Casco Histórico.
En la actualidad, la Calle Don Jaime es uno de los lugares más emblemáticos y animados de Zaragoza y cuenta con numerosos bares, restaurantes y cafeterías.
Todo el conjunto arquitectónico y humano es impresionante, y el paseo por la principal arteria comercial y turística de Zaragoza se hace totalmente ineludible, tanto para los viajeros que llegan por primera vez a la capital maña como para aquellos que la conocen como la palma de su mano.