La Calle Alfonso I es el gran paseo que conecta el corazón de Zaragoza con la imponente Basílica del Pilar. A cualquier hora, esta arteria peatonal vibra con el dulce aroma de pastelerías artesanales, los acordes improvisados de músicos callejeros y el constante murmullo de turistas y locales que pasean.
Son apenas 450 metros, pero en ellos caben siglos de historia, fachadas decimonónicas, escaparates modernos y ese ambiente vivo que convierte un simple paseo en toda una experiencia. Aquí, lo difícil no es llegar al Pilar, sino no detenerse cada pocos pasos para mirar, probar o dejarse sorprender.
Construida en el siglo XIX para modernizar y sanear el centro histórico, la Calle Alfonso es un lugar donde historia y modernidad conviven sin esfuerzo. Desde las elegantes fachadas barrocas y neoclásicas hasta los vibrantes comercios actuales, esta calle es el latido que une pasado y presente.
Ya sea paseando bajo sus arcadas, tomando un helado en una terraza o disfrutando de un café mientras suena la música en vivo, la Calle Alfonso invita a perderse, descubrir y vivir Zaragoza con todos los sentidos.

Construida entre 1865 y 1867 para sanear y descongestionar el antiguo casco histórico romano, la Calle Alfonso nació con la ambición de ser un símbolo de modernidad. Inspirada en los grandes bulevares europeos de la época, como los que Haussmann trazó en París (famoso por renovar y modernizar la capital francesa), fue la reforma urbana más importante de Zaragoza en el siglo XIX.
Rápidamente se convirtió en el lugar donde la burguesía zaragozana edificó sus mansiones, con elegantes edificios de estilos barroco y neoclásico que aún hoy llenan la calle de historia y encanto.

Los balcones que se asoman al paseo, las rejas con sus caprichosos diseños y los detalles arquitectónicos esconden un pasado vibrante que convive con la animación constante, haciendo de esta calle una de las más queridas y vivas de Zaragoza desde sus orígenes.
El proyecto fue obra del arquitecto José de Yarza Miñana, con Antonio de Candalija al frente de la alcaldía. Muy pronto, la Calle Alfonso se convirtió en la zona preferida por la aristocracia zaragozana para edificar sus mansiones.

Su cercanía al Pilar y la presencia de farmacias, casas de modas, sastrerías, pastelerías, cafés, bares, bazares, billares, librerías, joyerías y todo tipo de tiendas la consolidaron como corredor comercial pionero en alumbrado público.
En 2001, la calle fue peatonalizada, siguiendo la estela de otras ciudades europeas, convirtiéndose en un paseo exclusivo para peatones sobre sus resistentes adoquines. Hoy sigue siendo un espacio comercial vibrante donde conviven comercios tradicionales y grandes cadenas.

La conexión del Coso con la Basílica del Pilar, cuya cúpula central queda casi alineada con la calle, y la armonía estética de sus edificios y farolas, la convierten en uno de los paseos favoritos de zaragozanos y visitantes.
Todo el conjunto arquitectónico y humano de la Calle Alfonso I es impresionante, y su paseo se hace totalmente ineludible, tanto para los viajeros que llegan por primera vez a la capital maña como para aquellos que la conocen como la palma de su mano.

La esquina de la Calle Alfonso con el Coso es una de las esquinas más presuntuosas de Zaragoza: la Casa Molíns, un edificio monumental de principios del siglo XX, con cedro, vitrales y mármoles, muestra la pompa de esos tiempos.
Este fue el primer proyecto de viviendas modernistas en Zaragoza. Lo realizó Fernando de Yarza, continuador de una familia de arquitectos zaragozanos activa desde siglos atrás. Su hijo José de Yarza Echenique estudió arquitectura en Barcelona y, al volver a Zaragoza, seguramente puso a su padre al día de las nuevas tendencias modernistas que había conocido en Cataluña, especialmente la personalidad del arquitecto Lluís Domènech i Montaner, con su peculiar “estilo floral”, y la obra de Antonio Gaudí, entre otros.

En el número 5 se encuentra el edificio El Águila. Fue construido en 1916 según proyecto de Miguel Ángel Navarro Pérez, para uso comercial de los grandes almacenes El Águila. Fueron los primeros almacenes modernos de Zaragoza, formando parte de una cadena que se extendía por las principales ciudades españolas. Este elegante comercio estuvo abierto durante 40 años. El edificio fue reconvertido en los años 90 del siglo XX y actualmente acoge oficinas y una tienda en sus bajos.

A mediados de 1761, la familia de Francisco de Goya se reagrupó en lo que era la calle del Tenque (actuales números 7-15 de la Calle Alfonso I), en un edificio de fachada muy estrecha (no llegaba a los dos metros y medio).

En 1780, Francisco de Goya volvió desde la Corte a Zaragoza para pintar la cúpula ‘Regina Martyrum’ en la Basílica del Pilar. Encontró alojamiento en lo que hoy es el número 2 de la Calle Alfonso I, a solo un portal de la residencia de su amigo Martín Zapater (ubicada donde actualmente se encuentra el edificio del FNAC).
En el número 17 se ubicaban los Almacenes Gay. Esta empresa familiar, originaria de Salamanca, se dedicaba a artículos de moda y hogar. La tienda de Zaragoza, inaugurada en 1967, fue la número catorce de su cadena y marcó una época en el comercio local. Tenía 8 plantas abiertas al público y fue el primer gran almacén moderno de la ciudad, con fachadas opacas y en altura. Cerró en 1997 y hoy el edificio acoge oficinas.

Nuestra próxima parada es la Plaza de Sas, una pequeña plaza llena de terrazas y ambiente, ya que conecta la Calle Alfonso con El Tubo, la famosa zona de tapas. Es una placita perfecta para descansar después de una intensa jornada de turismo.

Al lado opuesto, a la altura de la Calle Antonio Candalija, se encuentra ‘El Pastor del Águila’, una reproducción de la escultura de Pablo Gargallo. Representa a un pastor semidesnudo que protege a su rebaño del ataque de un águila alzando su brazo izquierdo como barrera, mientras con la derecha calma a un cordero que apoya sus patas delanteras en sus piernas.
Junto con ‘El Pastor de la flauta’ y ‘La Vendimiadora’, es una de las tres esculturas que Gargallo realizó para el proyecto de ornamentación de la Plaza de Cataluña en Barcelona.

En el número 25 se encuentra la antigua Joyería Aladrén, un emblemático establecimiento construido en 1885. Esta joyería sirvió al Papa Juan Pablo II, a la reina Fabiola de Bélgica y en su taller se fabricó el óculo de la columna del Pilar que tantos aragoneses hemos besado.
Hasta 1997, cuando se retiró José Ignacio Lacruz, el último platero del tesoro del Pilar. En 2022, el local fue restaurado y reconvertido en el Café Restaurante 1885, que recrea la estética elegante de la antigua joyería. La Sala Luis XVI es quizás la más espectacular, con techos blancos y dorados al más puro estilo del Palacio de Versalles.

A pocos pasos, también en el número 25, está Bellostas. Este establecimiento, abierto desde 1908, ofrece artículos artesanos únicos y de gran calidad que no se encuentran en otras tiendas, algo que ha mantenido su clientela fiel durante generaciones.

En el número 27 está La Parisien, una casa de modas fundada en 1911 que ha vestido a generaciones de zaragozanas para sus grandes celebraciones. Fue una tienda innovadora al ser de las primeras en España en abrir escaparates a la calle e instaurar el precio fijo de los productos.

Casi al final de la calle está el Callejón de las Once Esquinas, un vestigio del antiguo trazado medieval de Zaragoza que parece salido de una película de Harry Potter. No tiene portales, solo un local cerrado y numerosas ventanas. La entrada por Calle Alfonso está cubierta por un arco que sostiene tres plantas de viviendas.
Haciendo esquina con la Plaza del Pilar se encuentra el Pasaje del Comercio y de la Industria, más conocido como Pasaje del Ciclón. Este gran pasaje comercial, construido entre 1858 y 1868, sigue el estilo de otras galerías europeas como la Galería Vittorio Emanuele II en Milán o las Galerías Saint-Hubert en Bruselas.

En la esquina de la Plaza del Pilar con la Calle Alfonso se encuentra la Cafetería Santiago, un clásico de la hostelería zaragozana, ‘old school’ tanto en la decoración como en sus platos, raciones y en la actitud de sus camareros, que llevan décadas tras la barra.

La calle Alfonso ofrece hoy una gran variedad de espacios muy concurridos. Entre ellos destacan las pastelerías Trenzarte (n.º 6) y Manolo Bakes (n.º 43), así como las heladerías Zanellato (n.º 21) y Ferrara (n.º 34), todas especializadas en helados artesanos con distintos sabores y toppings. A ello se suma Smöoy (n.º 3), que ofrece helados de yogur con múltiples combinaciones.

También destacan la tienda gourmet Sabor de España (n.º 41) y la tienda oficial del Real Zaragoza (n.º 41), donde los visitantes pueden adquirir desde camisetas hasta accesorios exclusivos del club.
Las tiendas de regalos, como Tiger (n.º 20), Ale-Hop (n.º 24) y Miniso (n.º 29), aportan un toque lúdico y colorido al paseo. Además, la oferta se completa con una boutique de empanadillas argentinas (n.º 2), varios edificios destinados a alquiler turístico y un centro de negocios.

El tiempo ha cambiado el rostro de la Calle Alfonso, pero no su espíritu. Entre franquicias modernas y recuerdos de tiendas históricas que ya no están, sigue latiendo la misma energía que la hizo nacer: un lugar para encontrarse, pasear y dejarse ver.
La Calle Alfonso es un rincón donde es fácil perderse, vivir una aventura, una locura o encontrar un remanso de paz, todo depende del momento del día.
Su conjunto arquitectónico y humano es simplemente impresionante, y recorrer la principal arteria comercial y turística de Zaragoza se vuelve ineludible, tanto para quienes visitan la ciudad por primera vez como para aquellos que la conocen como la palma de su mano.
Un lugar para reenamorarse de Zaragoza… y del mundo.