Visitar Zaragoza y no pasear por el Paseo de la Independencia sería como visitar París y no ver la Torre Eiffel.
Con más de 200 años de historia y multitud de reformas, el Paseo de la Independencia es una de las principales vías de comunicación de Zaragoza y el centro neurálgico de la vida comercial y social de la ciudad. Comienza en la Plaza de España y termina en la Plaza de Paraíso, pasando por la Plaza de Aragón.

Desde su creación, cronistas nacionales y extranjeros lo han descrito como «una de las vías más animadas de Zaragoza». El constante ir y venir de la gente se debe a su céntrica ubicación y a la presencia histórica de farmacias, casas de moda, sastrerías, dulcerías, cafés, bares, bazares, librerías, joyerías y todo tipo de comercios.
Su importancia como corredor comercial le permitió ser pionero en el alumbrado público y albergar el primer cine de Zaragoza, el Cinematógrafo Coyne (1905), donde se proyectaban ‘Cuadros’ de actualidad grabados por Ignacio Coyne Lapetra, reportero oficial de la Exposición Hispano-Francesa de 1908.

Hoy en día, la tradición comercial sigue viva. El Paseo de la Independencia está repleto de tiendas, bares y cafeterías que invitan a pasear sin prisas, como si el tiempo se hubiera detenido décadas atrás.
Caminando por la avenida, uno se sumerge en un ambiente bullicioso donde turistas y locales pasean, se saludan, comen un helado en un poyete o escuchan la música de algún grupo ambulante. La arquitectura del Paseo sorprende a cada paso, con detalles modernistas y tipografías antiguas que sobreviven al paso del tiempo.

El Paseo de la Independencia alberga casas que fueron residencia de familias influyentes de la burguesía zaragozana. Sus soportales reflejan el poderío de la ciudad y le dan un aire clásico, casi como una postal de los años 50, aunque hoy la vida cotidiana lo llena de coches, turistas y un constante movimiento.
Arquitectónicamente, es uno de los puntos más eclécticos de Zaragoza, donde Neoclasicismo y Modernismo inspirados en Antoni Gaudí conviven en armonía. A principios del siglo XX, se añadieron edificios más altos y modernos que rompieron en parte la coherencia original del conjunto.

Antes de la Guerra de la Independencia, esta zona estaba llena de viviendas, conventos e iglesias. Los Sitios de 1808 y 1809 destruyeron gran parte de los edificios por la artillería francesa.

En 1811, durante la ocupación francesa, se planificó la construcción de una gran vía triunfal aprovechando el espacio despejado. El arquitecto municipal Joaquín Asensio, inspirado en la Rue de Rivoli de París, diseñó el entonces llamado Paseo Imperial. Sin embargo, las obras se paralizaron en 1813 al retirarse los franceses.

En 1833, bajo el nombre de Salón de Santa Engracia, los arquitectos Martín de Garay y posteriormente Tiburcio del Caso retomaron los trabajos de construcción del actual Paseo de la Independencia.
A finales del siglo XIX, el paseo se había consolidado como centro de buena parte de la actividad de la ciudad, lleno de cafés, quioscos de prensa y con multitud de personas paseando tanto por el bulevar central como por sus arcadas.
En 1863 se cambió su nombre por el de Paseo de la Independencia. En ese momento, la vía llegaba hasta la llamada Puerta de Santa Engracia, situada a la altura del edificio de Capitanía, derribada en 1904.

En aquel periodo, Zaragoza era una ciudad moderna, con barrios bien delimitados y un centro histórico en plena expansión, donde la nueva burguesía construía sus viviendas y dotaba a la capital de una imagen más próspera.
En la actual Plaza de España (antigua Plaza de San Francisco) se levantó la primera fuente urbana monumental de Zaragoza: la Fuente de la Princesa, más conocida como Fuente de Neptuno. Sirvió para abastecer de agua hasta 1902, cuando fue desmontada y sustituida por el Monumento a los Mártires de la Religión y de la Patria. La fuente fue trasladada primero a la Arboleda de Macanaz y, en 1946, se instaló definitivamente en el Parque Grande.


Desde entonces, el Paseo de la Independencia fue objeto de diversos proyectos de prolongación hacia la Plaza del Pilar y la ribera del Ebro. Las primeras propuestas surgieron en 1905 y el debate no se cerró hasta 1968, cuando el Plan General de Ordenación Urbana desestimó finalmente la idea.
El bulevar parisino se mantuvo hasta mediados del siglo XX. Aunque su estructura sigue presente, muchos edificios originales del paseo fueron modificados o derribados.

Hoy, el paseo destaca por sus galerías porticadas, balcones singulares y la conexión con otras arterias principales de la ciudad, ofreciendo un recorrido agradable y protegido del sol zaragozano.

En 2002 el Paseo de la Independencia fue sometido a una gran reforma que amplió las aceras y lo convirtió en un espacio más cómodo y transitable para los ciudadanos.
Durante estas obras se proyectó un aparcamiento subterráneo, que nunca llegó a construirse debido al hallazgo de los restos de Sinhaya, una barriada de la Zaragoza Musulmana datada entre los siglos X y XII.

Para favorecer la protección de las ruinas arqueológicas, se decidió cubrir de nuevo el Paseo. A ambos lados del lugar donde apareció Sinhaya, se colocaron unas placas informativas con una maqueta que muestra cómo eran los restos arquitectónicos descubiertos.

Pocos años más tarde, en julio de 2011, la parte central del paseo fue nuevamente levantada debido a la construcción de la primera línea del Tranvía de Zaragoza.

En 1955 abría sus puertas, en el número 5, la Cafetería Las Vegas, un ambicioso proyecto hostelero calificado como la mejor cafetería de España. Contaba con dos alturas, dos accesos, y combinaba cafetería, heladería, pastelería, salón de té con almuerzos y marisquería.
Tras varios años cerrada, en 2014 abrió una nueva Las Vegas, sin relación con la original salvo por el nombre, el rótulo y la fachada.

En el Paseo también estuvieron varios cafés emblemáticos, como el Ambos Mundos (números 32 y 34), que presumía de ser «el café más grande de Europa» y que cerró definitivamente en 1955.

En el número 8 se encontraba el Alaska, donde posteriormente se construyó el nuevo SEPU. Durante los años 60, SEPU (Sociedad Española de Precios Únicos) estaba en plena expansión, y eligió el Paseo de la Independencia —que había desplazado a la calle Alfonso I como principal vía comercial— para abrir un moderno gran almacén.
El edificio, diseñado por los arquitectos zaragozanos Ríos Usón y José de Yarza, fue inaugurado en 1967. Este fue el segundo SEPU de Zaragoza, tras el de Torrenueva. Cerró en 2002 y actualmente alberga unos almacenes C&A.

Casi enfrente, en el número 11, se ubica El Corte Inglés, heredero del edificio de las Galerías Preciados, proyectado en 1971 por los arquitectos Javier Martínez Feduchi y Francisco Bassó Birulés. Fue el primer gran almacén de Zaragoza con aparcamiento integrado. Tras la absorción de Galerías Preciados en 1995, pasó a ser parte de la cadena El Corte Inglés.

A lo largo del Paseo destacan también edificios singulares, como el Edificio La Equitativa (1950), de marcado eclecticismo y elementos historicistas, que armoniza con la arquitectura del entorno. Su revestimiento en piedra y el amplio portal con arcadas lo hacen inconfundible.

En sus bajos se ubicó el Cine Coliseo Equitativa, obra de los arquitectos José de Yarza García y Manuel Martínez de Ubago Chango. Cerró en 1999 y, tras una cuidadosa restauración, el local se convirtió en una tienda Mango, conservando parte de la sala original y su icónica cubierta de madera, semejante a un barco volcado.
En el número 21 se encuentra la heladería Amorino, famosa por sus más de 20 sabores elaborados con productos de calidad. Difícil resistirse al pasar por su escaparate. Para quienes prefieren una opción caliente, su café y dulces del día son una gran elección.

En el número 24 se ubica El Caracol, un centro comercial curioso por su diseño en espiral. Vivió su época dorada desde 1985 hasta finales de los 90, siendo un punto de encuentro para todas las edades: compras, salones recreativos, el popular pub El Zorro y los Cines Aragón, con tres salas en la entrada por la calle Cádiz.
Entonces llegó Grancasa, que inauguró el modelo de gran centro comercial en Zaragoza, y El Caracol fue perdiendo fuelle comercial.

Sin embargo, los momentos más duros llegaron con las obras de renovación del paseo y, posteriormente, del tranvía. En el año 2000, las aceras quedaron inservibles y las visitas se redujeron en un 80%. Apenas la mitad de los negocios logró mantenerse abierta. Afortunadamente, en los últimos años El Caracol está viviendo una etapa de recuperación.
Justo enfrente, en el número 23, estaba el Teatro Argensola, inaugurado en 1938 bajo el nombre de La Parisiana, alternando proyecciones cinematográficas con teatro, zarzuela y revistas musicales. Cerró a finales de los años 80 para convertirse en el Pasaje Argensola.
Si hay un pasaje donde se come bien, con permiso del Pasaje del Ciclón, es este. Destacan el Café del Tibet, con su variada propuesta de cocina india, y 23 Burger, que ofrece hamburguesas y patatas caseras de excelente calidad.


En la entrada del Pasaje Argensola se ubica Cosméticos Paquita Ors (número 23). Con productos eficaces y precios competitivos, esta histórica firma aragonesa se ha convertido en favorita de ministras, artistas y un público muy diverso, demostrando que la belleza puede estar al alcance de todos.

A pocos metros, en la esquina de las calles Sanclemente y Moneva, se encuentra Jalos. Solo por su cuidada decoración y su ambiente animado merece la pena visitarlo, pero además ofrece hamburguesas originales y auténticos platos mexicanos como nachos, quesadillas y tacos de cochinita pibil.

Luis Buñuel pasó gran parte de su infancia y juventud en Zaragoza. Como curiosidad, el director de Viridiana vivió en lo que hoy es la sede del Heraldo de Aragón (Paseo de la Independencia, 29).

El edificio del número 29 fue construido en 1930 para albergar viviendas y la sede, talleres y oficinas del periódico Heraldo de Aragón. Su estructura vanguardista introduce un toque de modernidad en un entorno dominado por estilos más historicistas y eclécticos.

El 20 de septiembre de 2020, para conmemorar su 125 aniversario, el diario colocó frente a su sede una reproducción en bronce de su primera portada, donde se resumen sus principios fundacionales: pluralismo, servicio público y compromiso con la modernización de Aragón.
El edificio de Correos y Telégrafos se levanta en el solar del número 35, donde estuvo el antiguo Teatro Pignatelli, obra del arquitecto Félix Navarro en 1878, ejemplo de arquitectura en hierro y cristal, derribado en 1915 tras 36 años de uso.

En 1925 el arquitecto madrileño Antonio Rubio diseñó un edificio que intentaba recuperar formas mudéjares, visibles en la fachada principal y en el patio interior, donde se mantiene un estilo neomudéjar en su decoración.

El edificio de Telefónica, construido en 1926 junto a Correos, fue el primer edificio de Zaragoza inspirado en la vanguardia europea, con influencias de la Bauhaus y Le Corbusier, antecediendo en tres años la fundación del GATEPAC.

Nuestra próxima parada es la Plaza de Santa Engracia, una pequeña plaza ajardinada de forma irregular, distinta a la habitual estructura cuadrada o rectangular de otras plazas tradicionales.
Destaca por la belleza de sus edificios y por ser un lugar tranquilo y apacible para pasear y relajarse. Entre sus atractivos están la Iglesia de Santa Engracia, el Busto a Joaquín Costa y el Monumento en recuerdo a las víctimas de la Covid-19.

Siguiendo el trazado encontramos el Cine Palafox (Independencia 12), inaugurado en 1954 con 1.250 butacas y la pantalla panorámica Cinemascope más grande de Europa en su época. Se unió al Cine Dorado (Independencia 14) y al Cine Rex (Calle Cinco de Marzo) para formar un multicine, siendo uno de los pocos supervivientes cinematográficos del centro de Zaragoza.

Cuando nuestros padres nos dejaron recorrer el Paseo Independencia solos o acompañados por amigos, sentimos que ya éramos mayores. Caminar por la avenida de los cines, entre luces y escaparates, era casi un rito de paso para cualquier zaragozano.
Hoy, aunque algunos de aquellos cines ya no estén, la vida sigue latiendo en cada esquina. A veces los negocios ocupan parte del paseo con sus mesas y sillas, invitando a detenerse y disfrutar del momento, mientras la ciudad continúa su incesante vaivén.
Incluso cuando no es el camino más corto, elegimos el Paseo Independencia. Es casi una necesidad pasar por él, sentir su energía, observar su arquitectura histórica y dejarse envolver por el bullicio que recorre esta arteria de un extremo a otro.

Hoy en día, el Paseo Independencia es uno de los lugares más emblemáticos y animados de Zaragoza. Llena de bares, restaurantes y cafeterías, siempre hay gente de todas las edades disfrutando de su atmósfera única, entre edificios que guardan historias centenarias y rincones modernos que siguen escribiendo la suya.
Eso es Independencia: un paseo donde la nostalgia se mezcla con la vida actual, donde cada paso conecta pasado y presente, y donde perderse significa, en realidad, encontrarse con la esencia de Zaragoza.

Pasear por la principal arteria comercial y turística de Zaragoza es una experiencia imprescindible, tanto para quienes la descubren por primera vez como para los que la sienten parte de su propia historia.